UN GRAN ENCUENTRO, UNA ENORME EMOCIÓN .
Crónica de la fiesta "Olivetti
100" 2ª parte
El sábado 18 amaneció gris y amenazando lluvia en Barcelona. A
ninguno de los que nos habíamos dado cita en el hotel Barceló Sants esta circunstancia le iba a importar apenas nada.
Después de la espera, que a tantos de nosotros se nos antojó muy larga, por fin
había llegado el día de una cita memorable.
A las 9 de la mañana, la mayor parte de los integrantes de la
comisión organizadora estaba ya en el hotel cuidando de los últimos detalles.
En la antesala, se había dispuesto un consistente desayuno: zumos, café y
bollería variada, por si hiciera falta acumular energías para la jornada.
En la entrada al salón donde se celebraría la reunión, Maite Miró
y Montse Moreno tenían preparadas las acreditaciones y la primera documentación
a entregar a los asistentes.
El salón en el que se tendría lugar el acto central de nuestro
encuentro, adecuadamente iluminado, había adoptado la configuración necesaria
para que los asistentes pudieran seguir con total comodidad y visibilidad
plena, sin perder detalle, el desarrollo del acto. Las pruebas realizadas
confirmaban que el servicio de megafonía funcionaba a la perfección.
La hora señalada para iniciar el registro y entrega de
acreditaciones a los participantes y para la apertura de los salones era las 10
de la mañana. Sin embargo, ya bastante antes, empezaron a llegar los asistentes
al acto. Desde el primer momento, se sucedieron los encuentros entre compañeros
y compañeras procedentes de varias partes de España y pertenecientes a los
varios ámbitos de la empresa. En la mayoría de los casos, eran muchos los años
transcurridos desde la última despedida. Quizá desde el postrer día de trabajo.
Unos y otros se abrazaban embargados por una profunda emoción. Los abrazos eran
largos, interminables... No sólo en un intento por recuperar algunos de los que
no se pudieron dar en tantos años, sino también para ganar tiempo y recobrar el
dominio de uno mismo y el uso de la palabra. A no pocos, un fuerte nudo en la
garganta les impedía hablar, cuando no lo hacía un rebelde sollozo y las
lágrimas se asomaban incontenibles a los ojos. Los momentos del reencuentro
eran momentos de una gran emoción. El cronista no consigue recordar el haberse
encontrado a lo largo de su vida en circunstancias análogas, de una emoción tan
intensa, compartida por tantas personas y con ocasión de una circunstancia tan
feliz para todas ellas.
Se preguntaban los unos por los otros, se indagaba acerca de
amigos comunes, se desataban los recuerdos. ¿Te acuerdas…? eran las palabras
más repetidas. Apenas recobrada la serenidad, una persona recién llegada
provocaba una nueva conmoción. Algunos y algunas no acertaban a reconocer a
todos. Te preguntaban, con un deje de inseguridad en la voz: El que está
hablando con Varas ¿verdad que es…? Cuando te decían: ¡Qué bien estás! O ¡qué
bien te veo!, malo. Denotaba un cierto sentimiento de culpabilidad por no
haberte reconocido al instante. Hemos cambiado mucho, naturalmente. Es cierto
que no todos teníamos que reconocernos a primera vista. Tampoco lo hubiéramos
hecho hace veinte años. Nuestra empresa era muy grande y no nos conocíamos
todos.
Por las paredes de la sala de recepción y del salón de
conferencias estaban dispuestas muchas fotografías. Más de doscientas. De las
más diversas épocas y reflejando una gran variedad de situaciones: desde la
solemnidad de las audiencias reales hasta el ambiente desenfadado de las
festivas celebraciones navideñas; desde la despedida de un compañero que se
jubilaba hasta las que dejaban constancia de un disputado partido de fútbol de
las féminas olivetianas, algunas de ellas presentes en el encuentro. No
faltaban las que habían sido tomadas con ocasión de los muchos seminarios
celebrados en nuestra empresa. Suscitaban intensas emociones aquellos
formidables retratos de alguno de nuestros amigos ya fallecidos. Aquellas
fotos, si bien servían para distender el clima de alta emotividad que imperaba
en el ambiente, podían también ser la chispa que encendiera otra hoguera
emocional al encontrarnos con la imagen de amigos de tiempos ya lejanos. De
casi todas esas fotos los asistentes se llevaron una copia en un CD preparado
al efecto y que encontraron en la bolsa que se les entregó.
No hubo tiempo de ordenar cronológicamente las fotos en el CD ni
de acompañarlas con un mínimo de documentación. No obstante, la comisión
organizadora prefirió darlas así en ese acto que demorar una problemática
entrega aplazada a cuando los deberes estuvieran mejor hechos. Es muy posible
que, dentro de un tiempo que no habrá de hacerse esperar, encontremos en
nuestra Web una guía explicativa de aquellas fotos que no lo hayan hecho por sí
mismas.
La hora que transcurrió antes del inicio del acto dio mucho de sí,
aunque a todos les pareció corta. Había tanto de que hablar, a tantos que
recordar…A las 10:45 se invitó a los asistentes (ya casi todos habían llegado)
a que fueran ocupando sus asientos en la sala de la reunión.
Al toque de las 11, con puntualidad helvética, empezó el acto.
Previamente, se nos invitó, mediante original anuncio en la pantalla, a que
controláramos nuestros teléfonos. Unos brillantes compases musicales sirvieron
de introducción. La pantalla cobró vida. Un espectacular montaje fotográfico,
acompañado por un fondo musical acorde con el personaje, sirvió para introducir
a la persona sobre la que recaía la responsabilidad de conducir la velada:
Jordi Calvet. Las imágenes se iniciaron con una foto de Jordi con la senyera al fondo. Se sucedieron luego unas cuantas
instantáneas testimonio gráfico de su actividad profesional. La foto del momento
en que, como capitán del equipo de baloncesto de Olivetti, recogía el trofeo de
campeones de España, de manos del entonces príncipe Juan Carlos, cerró la
presentación de nuestro compañero. Sin dejar que el auditorio se repusiera de
la sorpresa causada por la espectacularidad del montaje, Jordi, en nombre de la
comisión organizadora, dio la bienvenida a todos los asistentes. A
continuación, expuso los objetivos del encuentro, comentó la agenda de la
jornada y cedió el uso de la palabra al primer orador.
Enseguida, entramos en materia. Nuestro compañero Antonio Moreno,
actual director general de Olivetti España, nos explicó la misión actual de la
empresa hoy tan diferente de la Olivetti de años atrás. Expresó sus mejores
deseos de que el encuentro colmara las expectativas de todos los allí
presentes. También la intervención de Antonio fue precedida por un carrusel de
imágenes con su correspondiente fondo musical. Llamaron la atención dos fotos
de un Antonio Moreno muy jovencito. Quizá la primera podía haber figurado en la
ficha de personal cuando ingresó en la empresa. A muchos de los asistentes no
se les escapó el detalle de que, en casi todas las fotos, nuestro compañero
aparecía con un impresionante cigarro habano ¿Sería siempre el mismo?
Acabada esta intervención, las imágenes y la música nos
presentaron a José Luis Varas, anterior director general de la empresa. José
Luis había sido el principal inspirador de la parte del acto que venía a
continuación: La Conferencia de la Memoria. Como tal, expuso los objetivos de
este elemento central del encuentro que no eran otros que propiciar el recuerdo
de todos nuestros compañeros y de tantas vivencias personales y colectivas.
Subrayó la idea de que el protagonismo era de todos los que estábamos allí y de
que no había nada que agradecer a unos pocos, que la gratitud tenía que ser de
todos para todos por haber sido capaces de congregarnos en aquel acto.
De inmediato, presentó al primer orador: Carlos Tutusaus, el decano de los asistentes. Como ya explicó este
reportero en su artículo “Mi amigo Carlos”, el antiguo director de la División
Estado, Autonomías y Bancos ha superado ya con suficiencia el listón de los
ochenta años.
También él tuvo su correspondiente presentación gráfica y musical.
A los compases del garboso pasodoble madrileño de “Los nardos”, se nos presentó
en pantalla una serie de imágenes testimonio de la dilatada trayectoria
profesional de nuestro decano. Desde sus tiempos de fundador de la escuela de
vendedores, pasando por su cargo de responsable del stand de la empresa de
Feria de Muestras de Barcelona, hasta sus repetidas intervenciones
institucionales ante la más alta autoridad del Estado: el príncipe Juan Carlos,
primero, el Rey, después. Pero la joya del conjunto de fotos fue un retrato que
le hizo Luis Vich en años de juventud con ocasión de un viaje premio (quizá el
primero que se realizó) a Venecia.
Carlos Tutusaus nos explicó las
peculiaridades de la venta al Estado durante sus años de profesión. Tuvo un
sentido recuerdo para todos sus colaboradores, así como para determinadas
personas de departamentos clave de Casa Central, por su eficaz colaboración,
como fueron Anselmo Barrera y todo su equipo en la difícil gestión logística y
Ángel Argelich, del departamento de publicidad, que siempre tuvo a punto la
documentación y apoyos publicitarios y promocionales que fueron necesarios.
A continuación, José Luis Varas presentó a Pedro Pastó, uno de los
participantes más celebrados. A los sones de una alegre música tradicional
catalana del siglo XIX, apareció en la pantalla una batería de imágenes a cual
más sorprendentes. A la figura de un desenfadado galán, le seguía la de un
sesudo y joven ejecutivo presidiendo una reunión de su equipo, para cambiar a
diversas instantáneas captadas en su papel de protagonista en la célebre obra
de Rostand.
Pedro, interpretándose a sí mismo – en feliz expresión de Varas -,
nos relató con brillantez su trayectoria profesional. En la forma, estuvo
siempre en protagonista. Su experiencia teatral le confiere un dominio de la
situación inigualable. Su voz impresionante cautiva al auditorio. Sabe decir y
dice muy bien. Sin embargo, empleó buena parte de su tiempo en glosar las
figuras de sus compañeros tanto de su etapa industrial como comercial,
transfiriéndoles el protagonismo de fondo. A casi todos los trató con
indulgencia, porque Pedro es, en esencia, un sentimental. Concluyó, como no
podía ser de otra manera, recitando magistralmente unos versos del Cyrano.
Cerró esta primera parte de la conferencia de la memoria, Manuel
López Río que, como sabéis, ha ocupado diversos cargos de alto nivel en la
empresa. Recuerdo que hace algunos años hizo fortuna un libro titulado “El
mayor vendedor del mundo”. El que lo escribió debía de estar pensando en él. Me
pareció impresionante la primera de las imágenes con las que fue presentado: un
retrato suyo que le mostraba concentrado, pensativo, algo nostálgico, como si
intuyera ya , en aquel momento, que lo mejor de la
vida había quedado atrás. Su intervención debía centrarse en el famoso cupo.
Río se quitó el tema de en medio en un plis plas, para pasar a relatarnos su ejecutoria concentrada en
la creación de nuevos y muy rentables canales de venta como fue, en su momento,
la venta premio. Sus argumentos comerciales eran contundentes e irrefutables,
como cuando le dijo a uno de los responsables de unos grandes almacenes: No
vengo a venderle nada. Vengo a proponerle un negocio con un beneficio para
ustedes de 80 millones de pesetas. No exageraba lo más mínimo.
Esta intervención dio fin a la primera parte de la Conferencia de
la Memoria. De inmediato, se dio conocer el fallo de los respectivos jurados y
se presentaron a los ganadores de los dos concursos convocados: el de fotos y
el de relatos que será objeto de una próxima crónica.
José Manuel Aguirre
Barcelona, 20 de octubre de 2008