QUINCE CONSTELACIONES Continuación
Crónica de la fiesta "Olivetti
100" 5ª parte
Retomamos la
crónica que habíamos dejado en nuestro viaje estelar recorriendo una a una, las
quince constelaciones entre las que se habían distribuido los asistentes.
¡Cuánto me hubiera gustado haber
compartido la mesa de los Arturo Gómez, Del Caz, Losada, Lucío, Mas de Xaxás, nuestro querido mosèn Joan
Palet, el concesionario Ramírez, y nada menos que
Luis Vich y Carlos Tutusaus. ! Prácticamente todos
ellos veteranos con los cuales he vivido momentos determinantes de mi vida
profesional. Alguien me dirá que no es éste el lugar para evocaciones
personales, pero con ellos he compartido muchas y muy buenas cosas. ¡Cuántos
acontecimientos interesantes podría contar cada uno de ellos, si quisiera!
Manuel
Ramírez, Losada, Francisco Guzmán, Mas de Xaxas,
Oscar Del Caz, Vich, Palet, Lucío, Tutusaus, Bellsolell y Arturo Gómez
Y qué decir
de la mesa ocupada, entre otros por Javier Mariné, Federico Gallego y Antonio
Llamusí. ¡Vaya trío de personajes y de profesionales! Si es verdad la mitad de
las anécdotas que se cuentan de ellos, se podría escribir un libro muy
divertido. Me gustaría saber si ellos rememoraron algunas de sus hazañas de
juventud. Estoy seguro de que no han perdido un ápice de su memoria ni que se
han visto afectados por un insólito y repentino ataque de timidez, de manera
que sus compañeros de mesa debieron de pasarlo muy bien. ¿Por qué no se animan
y nos lo cuentan en la web? Es una pregunta también directamente dirigida a
Maria Teresa Subils, Eulalia Pérez, Àngels Herrero y
al resto de presentes en esa mesa, los amigos Bayod, Bernardo Herrero y Joan
Manuel Sirera.
Mariné, Teresa Subils, Bayod, Ladero, Lali Pérez,
Gallego, Àngels Herrero, Llamusí, Sirera y Bernardo Herrero.
En todas las
mesas encontré a personas muy queridas. A muchas de ellas hacía ya muchos años
– demasiados – que no las veía. Tal es el caso de María Victoria Lacalle. Me
produjo una profunda emoción reencontrarme con ella. Se la veía feliz. No me lo
dijo con palabras pero el brillo de su mirada y su sonrisa eran más que
elocuentes. Tenía que haberle preguntado por la buena de Ana Sender y por Leonor, pero tantas emociones acumuladas me lo
impidieron. Sí le pregunté por mi buena amiga Matilde Benarroyo
y me dio noticias de ella. Con María Victoria estaba otro de mis amigos de
aquellos tiempos: mi querido Alfonso Boullosa,
persona tan inteligente como emotiva. Y Giusto Pivetta, con el que trabajé tan a gusto. Y Javier Vigué, mi
primer maestro, de los muchos que he tenido en esta gran escuela y universidad
que ha sido Olivetti. Y Enrique Puig, con quien he compartido tantas sesiones
de trabajo y cuyo primer recuerdo se remonta a un seminario en el que
coincidimos hace ya no sé cuánto tiempo en el hotel Son Vida, de Palma de
Mallorca. No sé si él se acordará. De Pepe Díaz Cordero, ese sabio de las
montañas, que vino de lejos para estar entre nosotros, diré que me pareció
verle alegre y conmovido, a la vez. Estaban también en esa mesa Josep Salvadó,
nuestro veterano concesionario de Lleida, y Jordi Oliva, a quien correspondió
la difícil y ciertamente incómoda misión de consignar en el correspondiente
organismo de la Generalitat parte del rico patrimonio documental de nuestra
empresa. Con emociones encontradas y mostrándose feliz por el éxito obtenido
por su intervención, Maite Miró (que si algún día se decide a escribir sus
memorias habrá que ponerse a temblar) ejercía de maestra de ceremonias en la
mesa, acompañada por su inseparable Nùria Solé,
aquella jovencita rubia y curiosa de mis primeros días en la fábrica. La
primera olivetiana con la que me topé.
Boullosa, Enrique Puig, Maite Miró, Josep Salvadó, Pepe
Díaz, María Victoria Lacalle, Xavier Vigué, Nuria Solé, Giusto
Pivetta y Jorge Oliva.
Vuelvo a lo
dicho. Si me hubieran dejado elegir a qué mesa sentarme (que no fuera la que me
habían asignado), no sabría cuál escoger. Todas estaban ocupadas por personas
fenomenales. ¿Qué me decís de la mesa número 10? No le podían haber asignado un
número más representativo, porque todos son compañeros sobresalientes.
Presididos por la alegría contagiosa de Conchita Campmany,
allí se habían congregado nada menos que Luis Bellsolell, Manuel López Río (a
quien ya hay que darle el tratamiento de don Manuel), Paco Herrero, para este
pobre escribidor otro compañero del alma, persona de corazón limpio a quien
tanto debo. Él lo sabe. A pesar de ser dos personajes muy diferentes, para mí
van siempre unidos en mis recuerdos, en mis afectos y en las lecciones de vida
recibidas. Pero es que, además, en esa mesa estaba también Ezequiel Cabado. Nos dijo, como el que no dice nada, que el martes
20 se cumplirían 60 años de su ingreso en Olivetti con pantalón corto, cuando
tenía sólo 14. Y también Francisco Guzmán. Ahí queda eso. Para nosotros, Curro.
Creo que pusimos a prueba su enorme corazón. Para él, las emociones se sucedían
una detrás de otra. Para muchos de los que él ya sabe, fue una de las mayores
alegrías de la jornada el tener en la fiesta a un amigo tan querido. Todos los
compañeros andaluces que no pudieron venir tuvieron en Curro Guzmán la mejor
representación de esa tierra tan hermosa. Estaban también allí ese hombre
perspicaz e inteligente que es Ramiro García Roca y ese veterano – olivetiano hasta la médula – que es Jordi Morató. Estaba
también con ellos Francisco Moltó, que imagino lo
pasó muy bien, y Vicente Atienza que decidió, con buen criterio, que aquella
mesa le gustaba más que la que le habían adjudicado.
Francisco Moltó, Paco
Herrero, Curro, Atienza, Cabado, Manuel López Río,
Jordi Morató, Conchita Campmany, Carreras y García
Roca.
¿Dónde se
había metido mi buen amigo Jaime Hernández Guillem? Pues donde solía estar
siempre. Junto a los directores generales, claro. Con el máximo responsable de
la actual Olivetti España, Antonio Moreno, y con su predecesor, José Luis
Varas. Otra mesa que – como dicen los chavales hoy – yo me hubiera pedido. Pero
no tiene sentido decir esto, porque me gustaban todas (casi tanto como la mía).
Pero es que en esa mesa había otros grandes amigos. (A medida que voy escribiendo
esta crónica – que debiera haber sido impersonal – me doy cuenta de la suerte
que tengo al contar con todos ellos). Ahí me encontré a Gonzalo Pérez, a quien
debo una de las mayores satisfacciones de mi vida profesional. El que quiera
saber más que se lo pregunte a él. Y también a Primitivo Arango – un olivetiano de adopción y por convicción – a cuya
profesionalidad tantos debemos tanto. Dimos un abrazo con toda el alma a
Ricardo Talayero y le dijimos lo mucho que le queremos. A él y a Montse, su esposa.
También estaba allí el amigo Carlos Suárez, nuestro “arbiter
elegantiarum” y la sonrisa y la mirada luminosa de
Raquel Pérez, la última en llegar a Olivetti, una de aquellas preparadísimas
criaturas que eran los No Frontiers. Raquel es
responsable, junto a Jordi Calvet, de la gestión de una parte importante del
evento. En mis últimos años en Olivetti, cumplió con absoluta eficacia el
difícil cometido de mantener fluidas y provechosas relaciones con los medios de
comunicación.
Primitivo Arango, Antonio Moreno, Jaime Hernández Guillén,
Ricardo Talayero
Carlos Suárez, Pedro Collado, José Luis Varas, Raquel Pérez y
Gonzalo Pérez.
Mientras me
paseaba entre las mesas, no dejaba de pensar en los compañeros que ya no
pudieron estar con nosotros y para los que tuve un sentido recuerdo en mi
intervención en la Conferencia de la Memoria. Además de los que cité entonces,
me acordaba, como todos, de nuestros amigos Agustín Maneiro,
de Torrent, de Alberto Fernández Rosales y de Ángel
Sevillano. Se me hizo de nuevo un nudo en la garganta cuando me encontré con
nuestro compañero Toni Rodríguez. De inmediato me acordé de su padre, Antonio
Rodríguez, aquel olivetiano madrileño que tenía su
gran corazón dividido entre El Escorial y Barcelona. Excelente persona,
inteligente, vivo, ágil de cuerpo y de mente, amigo de todos. Desde los
directores generales hasta el último ordenanza de la última sucursal. Todos le
conocíamos y todos le pedíamos una solución para nuestros problemas domésticos.
Desde los más banales hasta los más complejos. A todos nos atendía. Cuando te
decía: “No se preocupe. Déjelo de mi cuenta”, sabías que el problema había
dejado de serlo. ¡Qué gran persona, don Antonio Rodríguez!
Toni
Rodríguez, digno hijo de su padre, compartía mesa con comensales procedentes de
la comercial y del Stac. Estos últimos estaban
representados por Javier López Bedoya y Julio Pérez. Por los comerciales,
encontré a María Teresa Lázaro – joven veterana del
primer censo - , Consuelo López, Marisa Alcaide y Mari Carmen Martínez. También
José Royuela y Alfredo Ribera.
Alfredo Ribera, Mª Teresa Lázaro, Julio Pérez, Consuelo López,
Javier López Bedoya, José Royuela y Marisa Alcaide.
Mari Carmen Martínez, Pedro López Olaya y Antonio
Rodríguez.
Otra mesa
“dominada” por el Stac es la que ocupaban Gregorio
Álvarez, Baltasar Barceló, Eusebio Calvo, Valentín García, Antonio Pajuelo,
Carlos Puig Graells y Manuel Jesús González. Le acompañaban Félix Serrano,
gestor de personal en Madrid, amigo de tantos años. Recuerdo aquellas tertulias
a la hora de comer a las que yo me añadía cuando iba a Madrid y en las que me
encontraba con Félix, con Federico Gallego, con Miguel Tejerina,
con Miguel Colina y algún otro cuya imagen ahora no consigo retener. En esa
mesa estaba también aquel técnico ibicenco, Joan Clapés, cuya foto de unos
jóvenes aprendices de mecánicos ganó uno de los premios del concurso
fotográfico. Clapés estaba radiante de felicidad y no sólo por el premio.
Gregorio Álvarez, Baltasar Barceló, Juan Clapés,
Carlos Puig, Antonio Pajuelo, Manuel J González, Valentín García, Félix Serrano
y Eusebio Calvo
Otra mesa estaba presidida por la alegría desbordada y contagiosa
de nuestras compañeras Coral Domene y Montse Moreno. La una madrileña; la otra,
catalana. Coral, que mantenía intacta esa mirada franca y límpida de siempre,
me tendrá que perdonar. Cuando la vi, mi pobre memoria la identificó con
aquella compañera buena profesional – eficaz y serena – que siempre ha sido,
pero no supe ubicarla. De ahí mi desconcierto, que ella quizá percibió. Luego
alguien me recordó que trabajó en Sistemas, como una de las mejores
colaboradoras de nuestro querido Antonio Florensa.
Había llegado muy bien acompañada por cuatro fenomenales compañeros de Madrid:
Ramón Cano, Julián Gómez Riesgo, Ángel Jiménez y “Juanchi” Ruiz Ayúcar. ¡Casi ná!
Juanchi, nada más verme y después del abrazo de rigor, me hizo una
curiosa e inesperada pregunta. Me preguntó si aún seguía siendo fiel a mi
equipo de fútbol de siempre. Pues claro. Es de lo poco que uno no cambia a lo
largo de toda su vida.
Pos su parte,
Montse estaba acompañada en la mesa nada menos que por Jordi Calvet, el maestro
de ceremonias de la fiesta, por Vicente Marrodán y por Luis Solé. Además,
completaba el conjunto Josep Lluis Cajigós, compañero
de fábrica. Lejos de encontrarse desplazado, se integró en la fiesta como uno
más. Recuerdo que me dio un gran abrazo y me dijo que estaba muy emocionado y
que, cuando se decidió a asistir, no podía imaginarse ni por asomo la grandeza
de nuestro encuentro.
Luis Solé, Cajigós, Montse Moreno, Marrodán,
Ángel Jiménez, Cano y Julián Gómez Riesgo.
Jordi Calvet, Coral Domene y Juan Ignacio Ruíz Ayúcar.
José Alonso García, gallego de pro y a quien hacía mucho que no
veía, se encontró muy bien en una mesa integrada por personal de Barcelona.
Matilde Peña, Andrea Quílez y Teresa Salamía fueron
las componentes femeninas del grupo. A Andrea le di noticia del paradero de la
señorita Guixá, la rectora de la guardería. Está en
una residencia barcelonesa, ya con muchos años. Allí estaban esos queridos
compañeros que son José Manuel Gallego, Florencio González, Francesc Xavier
Moré, Jovino Nieto, Llibert Niu
y Antoni Saura. Son parte de la historia de la veterana sucursal de Barcelona.
También me pareció que hacía un siglo que no me había encontrado con casi todos
ellos ellos. Fue una alegría grande tenerlos allí,
aunque me duele pensar que apenas pudimos intercambiar unas pocas palabras.
José Alonso, Francesc Xavier Moré, Llibert
Niu, Antoni Saura, José M. Gallego, Andrea
Quílez, Jovino Nieto, Matilde Peña, Florencio González y Teresa Salamia
A pesar de
ser la mesa más próxima a la nuestra, se me ha quedado casi para el final la
que reunía a un grupo de queridísimos amigos. Allí estaba Eduardo Amorós.
También su presencia, después de tantos años, suscitó en mí muchos recuerdos.
Aquellas reuniones en la planta décima con el director general de turno, en las
que Eduardo daba cuenta de unas gestiones de alto contenido técnico y
económico. Sentados a la mesa estaban también los hermanos Esteve y Joan Pairés, magníficos profesionales y espléndidas personas.
También encontré en esa mesa a mi amiga Anna Vicent, acompañada por una
encantadora Montse Rodríguez. A Anna y a su marido Francesc, los veo durante el
verano en la Cerdanya, aunque siempre de manera fugaz
¿Por qué, amigos?
También
estaba Paco Escalante, la voz de la sensatez y el sentido común. Ceballos
sentía una especial predilección por él. Conociendo a Paco, lo comprendo. Me
produjo una muy particular emoción encontrarme, después de tanto tiempo, con
Lluis Canela, un fenomenal informático. Estoy seguro de que se acordará de las
horas que dedicamos, con la eficaz colaboración de Calduch, a analizar y
programar los outputs de los censos que realizamos conjuntamente. Fue una de
las épocas más enriquecedoras de mi vida, en lo personal. Lluis Canela tiene
buena parte de culpa.
Completaban
aquella espléndida reunión de compañeros nuestro querido amigo Jordi Anguera y
esos estupendos profesionales como son Miguel Aresté
y Vicente Corcín, que se unieron a la fiesta y a los que también hace mucho que
no veía.
Aresté, Canela, Amorós,
Escalante, Esteve Pairés, Anna Vicent, Joan Pairés, Monte Rodríguez, Jordi Angera,
Anna Vicent y Vicente Corcín.
Y cerraba
este conjunto de quince constelaciones la de la mesa que me asignaron. ¡Qué
privilegio tan grande encontrarme con las personas que allí estaban, empezando
por nuestro querido Juan Maiques, que había venido de
Madrid para estar con todos nosotros! Recuerdo a Juan como compañero de mis
primeros años en Olivetti, ya que ingresó poco después de aquella querida
promoción del 63. Somos amigos desde entonces y desde entonces también hemos
compartido muchas preocupaciones e inquietudes. Permitidme que le mande un
abrazo a Lola, su mujer.
En esa mesa
se daba una circunstancia insólita, que estoy seguro que no se daba en ninguna
otra. ¡Habíamos coincidido en ella tres compañeros de colegio! Parece
increíble, pero es rigurosamente cierto: Juan Luis de Llanes, Alfred Ferrer y
este modesto cronista estudiamos el bachillerato en el mismo colegio. Con mi
querido Juan Luis lo acabé en 1953. ¡Cuánto recordamos ambos de aquellos años
que quedan ya tan lejos! Ellos dos entraron en Olivetti antes que yo. Llanes
fue director de la sucursal de Sabadell y Alfred Ferrer, después de una variada
carrera, acabó incorporándose al departamento de Planificación Operativa (no me
preguntéis por qué se llamaba así) en la década de los 80. Se ocupó del
servicio de control de precios, costos y descuentos. Alfred es una persona de
fina sensibilidad y vasta cultura, dispuesto siempre a proporcionar información
a quien se la pida. Lo sabe casi todo sobre nuestra empresa, sobre cine y
literatura, sobre Barcelona y acerca de muchas otras cosas.
En la mesa
estaba también Joan Ramon Gou, otro querido compañero: un ingeniero todo
sentido común, singular inteligencia y fina ironía, que también, tras una
experiencia en otras áreas empresariales, se incorporó al departamento para
gestionar el servicio de programación y budget.
También nos
encontramos con nuestro compañero José Antonio Pérez del Villar, economista y
ahora todo un inspector de hacienda. Cuando entró en Olivetti, cumplido el
proceso de formación, se integró en la entonces denominada dirección de
Estudios Económicos. Hacía más de veinte años que no lo veíamos y apenas
sabíamos de él. Fue una enorme satisfacción para todos el que acudiera a
nuestra llamada. Tengo por él un singular aprecio y una deuda impagada por lo
mucho que me enseñó.
Echamos mucho
de menos a Miguel Colina, un querido integrante del departamento. En aquellos
años tenía a su cargo la realización de estudios de mercado. Hace mucho tiempo
que no nos vemos y sólo sabemos de él de manera indirecta, aunque nuestro
afecto por él se mantiene intacto. ¡Qué lástima que no haya acudido a la
llamada!
Por el
contrario, todos tuvimos la enorme alegría de reencontrarnos con nuestras
queridas compañeras Paquita Cortés y Silvina Barriolo,
tan eficaces en un trabajo que llegó a ser muy exigente. Creo que hacía más de
diez años que no las veíamos y fue todo un premio extraordinario reencontrarnos
con ellas. A pesar de todo, pareció que el tiempo se había detenido. Recordamos
aquellos primeros años del departamento, donde el trabajo no apremiaba y los
años posteriores, de grandes desafíos profesionales, que superaron con holgura.
Con un punto de nostalgia, hablamos de los tiempos pasados e intercambiamos
noticias acerca de nuestras respectivas familias.
Cerraba
nuestro grupo Àngel Argelich. En mi opinión, Àngel es el paradigma de esas muchas personas que han
trabajado en nuestra empresa durante muchos años desarrollando una tarea poco
brillante, que no siempre se reconoce porque apenas se ve, pero que es
altamente eficaz. Contribuyen decisivamente a la generación de calidad y a la
buena imagen de una empresa. Tutusaus quiso
agradecérselo explícitamente en su intervención. Trabajé con Àngel durante los últimos años de mi vida en Olivetti. Todo
lo mucho que hizo, lo hizo bien y su experiencia compensó de sobras mis
carencias en determinados temas de comunicación y publicidad. ¡Gracias, Àngel!
Detenemos
aquí nuestro viaje interestelar para preparar el próximo capitulo
con los momentos finales de la fiesta.
Josep Ramon Gou, José Antonio Pérez del Villar, Àngel Argelich y Juan Maiques.
Alfred Ferrer, Paquita Cortés, José Manuel Aguirre, Silvina Barriolo y Juan Luis Llanes.
José Manuel
Aguirre
Barcelona, 29
de octubre de 2008