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Olivetianos en acción
Nuestras
Fotografías
Por
José Manuel Aguirre y
Antonio Ibars. |
En esta
renovada web que ahora estrenamos, nace una nueva sección cuyo título pretende
ser definitorio: su objetivo fundamental es el de mostrar y comentar nuestras
fotografías.
Las de los olivetianos españoles. Pero no será el único. Porque,
como es natural, ello conllevará también tratar de algunos aspectos de la
técnica y del arte fotográficos, porque no queremos exponer estos trabajos en
vacío sin referencia alguna a los instrumentos que las hicieron posibles y a la
manera con que fueron creadas. |
Además,
la tecnología sigue dando pasos de gigante en este campo y parece conveniente
informar, si se quiere, de los avances más significativos que se produzcan en el
sector. Recordemos que hace apenas 15 años algunos de los elementos básicos de
la fotografía digital se encontraban en estado casi embrionario y otros
empezaban a dar sus primeros pasos. Hoy, a precios muy razonables, se encuentran
instrumentos – hardware y software – entonces casi inimaginables, para el
proceso de captura, almacenamiento, modificación y transmisión de imágenes
fotográficas. Y el progreso tecnológico no se detiene y nos propone casi cada
día nuevos equipos y procedimientos que casi condenan a la obsolescencia a las
novedades de la temporada anterior.
Esta
sección estará gestionada por dos inveterados y recalcitrantes aficionados a la
fotografía: Antonio Ibars y José Manuel Aguirre. No tienen la pretensión ni el
título para dar lecciones a nadie ni el espacio tiene vocación didáctica. Para
eso estarán los talleres. La fotografía digital puede ser objeto de uno de
ellos. Pero tanto Antonio como José Manuel se brindan a compartir sus
experiencias y sus conocimientos en la materia con quien desee una opinión o un
consejo sobre cuestiones fotográficas. La sección nace con una decidida vocación
de participación. Todos estáis invitados a exponer vuestras fotografías, sean
éstas recientes o de hace años, en nuestra galería fotográfica. Aquí no son
aplicables los pretextos para no participar.
Casi
todos hacemos fotos y seguro que muy buenas fotos. Aquel argumento que no pocos
han utilizado para no narrar por escrito en nuestra anterior página en la Web
sus recuerdos y experiencias, aquí no vale. El trabajo ya lo tenéis en su mayor
parte hecho y lo seguiréis haciendo, si le dais al disparador más o menos
asiduamente. Para justificar las inhibiciones, no sirve el decir no me acuerdo o
el escribir no es lo mío o alguna otra excusa por el estilo. Los buenos
aficionados a la fotografía experimentan una gran satisfacción durante todo el
proceso de realización de sus fotos. Y, digámoslo, también algunas
frustraciones. Pero no es la menor de sus compensaciones, como el de los
cazadores y pescadores, la de mostrar a sus amigos y familiares la pieza
cobrada. A la postre ¿qué es un fotógrafo sino un cazador de imágenes? Por lo
tanto, si disfrutáis con la fotografía, aquí tenéis una muy bien acomodada sala
de exposiciones virtual para mostrarlas y compartirlas con vuestros compañeros.
Si el éxito acompaña la iniciativa, se encontrará la manera de organizar
posteriormente las fotos por autores o por temas. Se verá. Lo importante ahora
es que os animéis, empecéis a mandar vuestras colaboraciones y que el próximo
número de nuestra revista digital cuente con un número importante de
ellas en forma de buenas y gratas imágenes. A título de presentación y
ejemplo, acompañamos esta presentación con algunas imágenes.
Una Foto
Casual
Para
hacer una buena fotografía no es necesario trasladarse a exóticos escenarios, ni
disponer de un equipo de primera línea. Tampoco reproducirla con más de 16
millones de colores. A veces, al fotógrafo le aparecen los temas como al cazador
las presas: de improviso. Y tiene que aprovechar la oportunidad, porque puede
que no se le vuelva a presentar. Pero también al fotógrafo le sucede lo que no
en pocas ocasiones le ocurre al cazador: cuando le salta el posible trofeo, no
tiene el arma a punto.
Esta foto que os presento está tomada en la mañana de un domingo del verano de
1956. Yo era entonces muy joven, pero ya tenía bien arraigada la afición de la
fotografía. Quizá algún día explique los motivos. Hoy no viene a cuento hacerlo.
Por aquel entonces vivía en un piso bajo de un chaflán de l’Eixample (el
Ensanche) barcelonés. Recuerdo que aquel día prometía ser uno de aquellos que
los británicos hubieran podido calificar de glorious day. En aquellas primeras
horas de la mañana, una luz suave entraba en diagonal para bañar con un polvillo
plateado una parte del amplio espacio del cruce de calles, a la vez que se
enredaba caprichosamente entre las hojas de los árboles. De una radio lejana me
llegaba muy atenuada la melodía de una copla en la voz inconfundible de Concha
Piquer. Como en otras ocasiones, por un momento me quedé absorto en el disfrute
de aquella luz que dotaba de una belleza muy especial a un anodino paisaje
urbano. A los aficionados a la fotografía, las primeras y las últimas luces del
día nos sumen a veces en un extraño estado de pasividad contemplativa. Ese
pálpito mágico de la atmósfera nos cautiva con independencia de la escena o de
los sujetos que ilumina. En esas estaba, cuando toda aquella armonía se
desvaneció al empezar a oír, cada vez más cerca, el cansino golpeteo sobre los
adoquines de los cascos de una caballería que avanzaba lentamente. La vi venir,
calle abajo. Tiraba de un viejo carro. Entonces aún se los encontraba uno por la
ciudad, aunque ya eran bastante escasos.
Enseguida intuí que allí “había una foto” y, posiblemente, una buena foto.
Por
fortuna, no me ocurrió como a los cazadores desprevenidos: mi querida Kodak
Retina estaba cargada con película en negativo para blanco y negro. Las
diapositivas o las fotos en color, raras entonces, estaban vedadas a mi exigua
economía. No había hecho nunca ninguna y tardé algún tiempo en poder hacerlas.
Tomé rápidamente la máquina y, a riesgo de equivocarme, ajusté muy deprisa los
parámetros de velocidad del disparador y abertura de diafragma. Hoy hubiera
disparado en automático. Entonces el proceso era sólo manual. Calculé que el
carro quedaría a unos quince metros y dispuse esa distancia en el telémetro.
Encuadré. Y, sin perder un instante, disparé. Me quedó la preocupación de que
quizás las ramas de los árboles hubieran tapado el carro o hubiera entrado la
luz en la máquina a través del objetivo. Pero nada de eso ocurrió y aquí está la
foto, 53 años después. A diferencia de lo que ocurre ahora, hube de esperar
varios días para que el laboratorio disipara mis dudas. En mi modesta opinión,
conseguí una bonita foto con un afortunado contraluz.
Posiblemente a vosotros esta foto no os dirá nada, como es natural. Para mí, va
asociada a muchos recuerdos entrañables. El escenario representado en ella fue
uno de mis paisajes vitales durante casi treinta años de mi vida. Quiero haceros
notar la figura y la postura relajada del carretero, símbolo de un ritmo de vida
que ya no volveremos a ver. Ni los adoquines en una vía de la ciudad. Ni la
aparente indisciplina de esos dos peatones que cruzan la calle por donde les
viene en gana. En mi barrio, todavía no eran tiempos de semáforos ni de pasos
cebra. Casi ni siquiera de automóviles.
Ahora, cuando contemplo esa u otras fotografías que hice entonces, no puedo
evitar ser fácil presa de la nostalgia. Lo mismo me ocurre cuando escucho alguna
de aquellas inolvidables canciones del maestro Quiroga o el inefable encanto de uno
de los boleros de Armando Manzanero.
José
Manuel Aguirre.
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