Recuerdos de un Olivetiano desmemoriado
- NOS TRASLADAMOS A LA RONDA -
A primeros de junio de 1964, un año después de mi ingreso en la empresa, nos trasladamos al nuevo edificio de la Ronda de la Universidad. En el número 18, hasta unos años antes, se hallaba la sede de Pirelli. Cuando se mudaron a su nueva ubicación en la Gran Via, frente al cine Coliseum, Olivetti compró el viejo edificio. Tras su derribo, en el solar resultante empezó la construcción de un moderno edificio, según el proyecto de los arquitectos italianos Belgioioso, Peressutti y Rogers.
Como a muchos barceloneses, a los empleados de COMESA la nueva edificación en la que iban a instalarse la sucursal de Barcelona y los servicios centrales de la empresa nos pareció una maravilla. Además, nosotros íbamos a estrenar aquel palazzo que, para muchos, sería el escenario en donde iba a transcurrir el resto de su vida profesional. Tal fue mi caso. De allí me marché un 18 de mayo de 1995, a punto de cumplir los 60 años de edad, tras 42 años de vida laboral, de los cuales los últimos 32 en Olivetti. (Escrito así, casi parece una esquela. ¡Lagarto, lagarto!)
No soy capaz de describir con un mínimo de fidelidad las características técnicas de aquella moderna construcción. Ni siquiera pasó por mi mente el deseo de intentarlo. Por fortuna, un arquitecto amigo mío, sabedor de que me había aventurado en ordenar estos recuerdos, me resolvió el problema. Me prestó unos ejemplares de la Revista de Arquitectura, editada por el Colegio Oficial de Arquitectos de Cataluña y Baleares, en donde se describen en artículos bien documentados, con abundantes detalles técnicos y excelente fotografías, varios edificios de Olivetti, entre ellos nuestra sede de la Ronda.
Próximamente, publicaré un capítulo monográfico dedicado a esta arquitectura singular con mención de lo que aún hoy, constituye un buen ejemplo de diseño con soluciones técnicas muy avanzadas a la época.
Recuerdo que, en una ocasión que no acierto a situar en el tiempo, visité la entonces relativamente nueva sede de Nestlé, en Esplugas. Yo conocía a Ramón Masip, su director general, de cuando ambos nos dedicábamos al estudio de mercado en nuestras respectivas empresas. Coincidimos en varios simposios y reuniones. Luego él llegó a ser uno de los más brillantes directivos españoles, llegando a ocupar la Dirección General de su empresa, primero en España y luego a nivel europeo. Su muerte prematura truncó una fulgurante carrera. En aquella visita le comenté a Masip cuánto me había impresionado el hecho de que el edificio estuviera cuidado en todos los detalles, en perfecto estado de revista, casi como si lo acabaran de estrenar. Masip me dijo: ¿Sabes cuál es el secreto? Es bien sencillo. Empezamos su mantenimiento desde el mismo día en que nos instalamos en él.
Por desgracia, ese no fue nuestro caso en el edificio de Ronda. Al cabo de poco tiempo, alguien que no viene al caso citar creyó conveniente hacer algunas modificaciones en la tienda. A éstas, siguieron otras. Y luego otras. Todo sin orden ni concierto. Nunca comprendí por qué la casa madre lo permitió ni por qué los arquitectos no protestaron. El mantenimiento nunca fue una maravilla. La situación se agravó a partir de los años 80. La obsesión de algunos por la contención de costos (a veces los conceptos de gasto e inversión se confunden para algunos de manera incomprensible) hizo que el edificio decayera hasta extremos muy evidentes. Cuando a finales de los 90, Olivetti lo vendió a la Generalitat de Catalunya, al caer en manos públicas, el proceso de degradación no se detuvo. La otrora espléndida fachada frontal parecía ahora que tuviera los cristales biselados. Cuantas veces, al pasar después por delante del edificio, me he preguntado cuántos años estuvieron aquellos cristales sin conocer más agua que la de la lluvia.
Lamento decir esto, pero este desmemoriado cree interpretar en su lamento el sentir de muchos que, entonces reforzamos nuestro aprecio por la belleza de la arquitectura en las realizaciones de nuestra empresa en este terreno.
Pero volvamos a aquel junio de 1964. El personal de la sucursal de Barcelona, que había abandonado sus cuarteles de la Rambla de Cataluña, ocupó los primeros cuatro pisos del nuevo edificio. Las plantas quinta a octava se destinaron a los diversos departamentos de Casa Central. Puede que la memoria me juegue una mala pasada, pero me atrevo a decir que la dirección del Stac compartió la quinta planta con el personal de Publicidad y Propaganda (así se llamaba el departamento); la División de Máquinas Contables, la sexta, y parte de la administración, la séptima. La octava planta quedó reservada para la gerencia y algunos departamentos próximos a ella. En ésta, en los despachos que tenían fachada a la Ronda se ubicaron el dott. Vernetti, su secretario, Juan Arturo Lázaro, y el pull de secretarias de dirección. En los despachos de la fachada posterior estaban Agustín Ceballos, Carlo María Cignetti y el que esto escribe. Los despachos de la fachada de la Ronda eran los más representativos. Los nuestros eran despachos más soleados por la mañana y más tranquilos durante todo el día. En el centro de la planta había un par de despachos que ocupaban ocasionalmente los promotores de los concesionarios – recuerdo a los Sorribas, Vento, Díaz Arcos - o alguien que venía de la periferia con algún encargo temporal. Creo que en esta planta estaba también el departamento de control de la competencia, con Losada y Roselló, pero mi memoria no consigue situarlo.
Las plantas novena y décima quedaron desocupadas, por el momento. Esta última estaba reservada para la Dirección General y la novena, para sala de reuniones. Durante algún tiempo la ocupó el dott. Peyretti, antes de su jubilación. Más tarde, se destinó a la Dirección Comercial, cuando ésta se constituyó.
El hecho de que confluyeran en un solo edificio la sucursal de Barcelona y los departamentos centrales me permitió adquirir una visión más completa de la empresa. Tomando prestados vocablos de la jerga bancaria y forzando los conceptos, allí se encontró el personal del front office con el del back office. Más importante aún es que, por esta circunstancia, conocí a personas de las que había oído hablar y que por edad no iban a continuar mucho tiempo en la empresa. Entre el personal de la sucursal encontré a otros cuatro amigos: Juan Luis de Llanes, Alfred Ferrer y Guillermo Beszeda, compañeros míos de bachillerato, y Antonio Clemares, compañero de fatigas en el campamento de Los Castillejos. Al cabo de bastantes años, Alfred se incorporó a nuestro departamento. Muchos otros nombres acuden ahora a mi memoria, algunos asociados a gratos recuerdos: Ricardo Pérez Piqué (coincidimos en nuestra fidelidad al mismo equipo de fútbol), Manuel López Río, José María Aguilar, Josep Arboix, Francesc Marimon, Vicente Pitarch, Manuel Zornoza, Juan Ballester, Castaño, Mercedes (esposa de Ferrer, aquel instructor de fábrica, amo y señor de la Lexicon 80), Clemares padre, una señora llamada Ramona, que nos proporcionaba bajo mano los libros prohibidos por el franquismo ( los ya clásicos entonces El laberinto español, de Gerald Brennan; La guerra civil española, de Hugh Thomas, y algunos otros); creo recordar que estaba casada con un policía. La lista podría ser mucho más larga. No menciono aquí a los compañeros y amigos de la D.M.C. porque les dedicaré un capítulo más adelante. Me gustaría hacer lo mismo con el personal femenino, que bien lo merece, aunque no sé si seré capaz. Pediré ayuda en su momento.
Aunque le había visto alguna vez en fábrica de manera ocasional, fue en Ronda donde conocí a Enrique García de Arboleya. Entonces ejercía las funciones de adjunto a la dirección de la sucursal de Barcelona. Posiblemente era el más íntimo colaborador del dott. Sinigaglia. Ahora tengo el privilegio de que sea uno de mis mejores amigos. Sin embargo, nuestra amistad no viene de entonces, sino de algo más tarde. Recuerdo que desempeñó el cargo de director en las sucursales de Málaga, Palma y Valencia, antes de ser nombrado Director de Personal sucediendo en este cargo (en mi modesta opinión el más difícil de una empresa porque es el que más disgustos da a su titular y el que menos satisfacciones profesionales le proporciona) a Agustín Ceballos. A Enrique le tocó, durante años, resolver situaciones particularmente complicadas. Fue en esa época de su incorporación al staff central donde la diaria convivencia y el hecho de compartir difíciles jornadas de trabajo nos hicieron muy buenos amigos.
José Manuel Aguirre
Barcelona, 27 de julio de 2008