Recuerdos de un Olivetiano desmemoriado

 

                      

 

 

 - UN NUEVO DEPARTAMENTO CENTRAL -

Cuando nos instalamos en la nueva sede, no sólo estrenamos sus dependencias, sino también el mobiliario. El grupo Olivetti tenía una fábrica de muebles de oficina, en Italia. Nuestros nuevos despachos estaban equipados con mesas, armarios y archivadores de las series Spazio, Arco, E, Quadrum, años más tarde las series 45 y 80, fabricados por la Syntesis S.p.A., que así se llamaba la empresa productora filial del Grupo Olivetti. Eran muebles metálicos de línea sobria y elegante. Diseño italiano. Ya está dicho todo. La posibilidad de importarlos e incorporarlos a nuestro catálogo en España era un argumento recurrente para los directivos de la Olivetti española. Pero nunca se tomó una decisión favorable. Sea por las dificultades de importación, sea por la necesidad de disponer de más espacio en las sucursales para su almacenamiento o por algún otro motivo, nunca llegamos a venderlos.

Spazio Arco E Quadrum
Archivador vertical Archivador horizontal Serie Standard Serie E-Q

Aquel verano, el dott. Vernetti decidió segregar de su secretaría la gestión de la estadística empresarial. Se constituyó así el Departamento de Estadística, dependiente de la Gerencia, para desempeñar las mismas funciones que venía realizando hasta fecha el grupo de personas que trabajábamos con Juan Arturo Lázaro. Me puso al frente del mismo y decidió dotarlo de más personal. De fábrica me llegó un estupendo colaborador, Mariano de Ciria. Llevaba tiempo trabajando en Hispano Olivetti, en el departamento de cálculo de primas. En varias ocasiones había solicitado su incorporación a COMESA. El dott. Vernetti le había prometido que, en cuanto se presentara la ocasión, lo incorporaría a la plantilla de la empresa comercial. Y así lo hizo. Durante muchos años trabajamos juntos. Otras personas entraron y salieron de los departamentos que dirigí y de ellas hablaré más adelante. Ciria estuvo siempre conmigo. O yo con él. Sólo cuando el trabajo se convirtió para él en una carga agobiante y pudo acogerse a los beneficios de la prejubilación, así lo hizo y pasó a disfrutar de un bien merecido descanso. Por desgracia, no por mucho tiempo.

Agustín Ceballos, que empezaba a desempeñar funciones de gestión de personal, si bien de modo todavía algo informal, consideró que el responsable del departamento debía estar asistido por una secretaria. Una mañana me llamó para presentarme a una candidata al puesto. Previamente me había dicho que a él le parecía una persona idónea, pero que no la contrataría sin mi conformidad. Se lo agradecí. Mi única condición previa fue que supiera taquigrafía. La aspirante era una joven sin experiencia, con sólo dieciocho años, posiblemente en busca de su primer empleo. Después de la entrevista que mantuvimos, le dije a Ceballos que estaba de acuerdo con su elección y la contrató. Era Paquita Cortés. Fue mi secretaria durante unos dieciocho años. El trabajo que ambos teníamos por delante en aquella época no era complicado. Como era inteligente y muy dispuesta, se hizo dueña del mismo en muy poco tiempo. Día a día fue creciendo en profesionalidad y dominio de sus funciones. La cantidad y dificultad de nuestras tareas aumentó y de qué manera, como explicaré más adelante, pero no hubo desafío ni encargo profesional que superara la capacidad y disposición de Paquita Cortés. En su momento, tuvo que dejar el cargo (que no el empleo) porque no podía simultanear el horario laboral con la atención que merecían sus hijas. Para mí fue una pérdida muy importante. Ella y Isabel Grau, mi última secretaria, han sido mis más eficaces colaboradoras en mis 32 años de Olivetti, sin que esta valoración deba interpretarse como un demérito de las personas que ocuparon mi secretaría en el tiempo que medió entre el que lo hicieron ellas dos. Todas ellas - María Teresa Gallén, Teresa Torras y Maria Àngels Larred (e.p.d.) - han tenido y tienen todo mi reconocimiento y gratitud.

Rosita Baladrón completaba la plantilla. Ya habíamos trabajado juntos en los meses de la fábrica. No pudo ser candidata a secretaria porque no sabía taquigrafía. Al cabo de un tiempo causó baja en la empresa a petición propia y la sustituyó una joven Silvina Barriolo, también muy eficaz. Por cierto, Paquita utilizaba un sistema taquigráfico diferente al que podríamos denominar estándar. No empleaba el habitual grafismo, sino que usaba un sistema que no he visto utilizar a nadie más, basado en el alfabeto ordinario. Un poco dubitativa al principio, fue ganando la soltura y la seguridad necesarias en poco tiempo. Gracias a ello, me acostumbré a dictar ahorrándonos los borradores míos manuscritos. Paquita pasaba a máquina mi dictado, lo corregíamos casi siempre una sola vez y con esto solía bastar. Ceballos también empleaba el mismo sistema. No creo que lo hicieran muchos más. Dudo que los jóvenes que me lean y que no han conocido otra máquina de escribir que no sea el ordenador puedan hacerse cargo de la pesadez que significaba para un mecanógrafo repetir una y otra vez el mismo texto, corregido varias veces, a menudo sólo por pequeñas variaciones formales, o por la confusión mental de sus jefes.

Recuerdo que, con tal lujo de personal, trabajábamos sin agobios. Ya he explicado que realizábamos estudios y trabajos que nadie nos había encargado. Una vez terminados, se archivaban. Por esa holgura de tiempo, pudimos dedicar unas tres horas semanales a ejercitar nuestra mente en sencillos ejercicios aritméticos que debían realizarse necesariamente en grupo. Supongo que Paquita y Silvina se acordarán de lo que voy a contar. Naturalmente nadie estaba obligado a participar, pero como lo planteamos como una actividad entre lúdica y didáctica nadie se negó a ello. No tenía ninguna pretensión competitiva y creo que fue un higiénico desafío a nuestras inteligencias.

Empezamos por revisar los conceptos de cantidad, unidad y número. Pasamos luego a considerar los sistemas de numeración. Es evidente que el que empleamos, de base diez, es una pura convención. Podríamos haber elegido cualquier otro de base distinta. Algunos sistemas informáticos de la época empleaban sistemas de base hexadecimal. Para familiarizarnos con uno distinto a nuestro sistema decimal, realizábamos sencillos ejercicios en sistema binario, base de la informática actual. Luego pasamos a un sistema de base tres, luego de base cuatro, después de base cinco, etc. Para no manejarnos sólo con conceptos abstractos, empleábamos judías como unidades físicas. Poníamos un grupito de pocas unidades encima de la mesa y nos planteábamos el problema de numerar aquella cantidad en sistemas de diferente base. Aprendimos a expresar una cantidad en un sistema de numeración de base diferente a aquel en que nos venía dada. Aprendimos a sumar, restar y multiplicar en binario. Luego seguimos con operaciones con quebrados, representándolas gráficamente. Exploramos alguna otra área sencilla de la aritmética que ahora no recuerdo. Al cabo de un tiempo, tuvimos que dejarlo, posiblemente porque las exigencias del trabajo ya no nos lo permitieron.

Cuando la gerencia o cualquier departamento de Casa Central tenía que comunicar algo que consideraba de interés para la periferia y el resto de departamentos centrales se utilizaba el sistema de la carta circular. La creación, funciones y composición de nuestro departamento no debieron de considerarse noticia de interés para nadie. No recuerdo comunicación alguna al respecto. Sin embargo, a veces se emitían algunas circulares de contenido singular. Me viene ahora a la memoria aquel fin de año en que un Ceballos, entre regocijado e incrédulo, venía a nuestro encuentro para enseñarnos a unos cuantos en primicia una circular con la tinta aún fresca firmada por alguien en exceso escrupuloso y ordenancista que, fechada en Barcelona aquel 31 de diciembre, rezaba más o menos así:

-A todas las Sucursales

-A todos los departamentos centrales

 

Por la presente, les comunicamos que ésta es la última circular de este departamento en el presente año.

Atentamente

 

(Firma ilegible)

José Manuel Aguirre

Puigcerdà, a 1 de agosto de 2008

COMENTARIO AL ESCRITO DEL SR. AGUIRRE.  8 de septiembre de 2008

Querido Sr. Aguirre, me ha sorprendido gratamente su alusión sobre mi incorporación a Olivetti y posterior relación profesional.

He leído todos los artículos y me parecía que volvía a aquellos tiempos en que usted me dictaba y después debía presentar los estudios mecanografiados con toda la pulcritud que permitían las herramientas de que disponíamos: las máquinas de escribir eléctricas.

Creo interpretar entrelíneas su reconocimiento a aquella labor, que hago extensivo a todas mis compañeras de generación. Fuimos una buena ayuda para todos los ejecutivos. Hoy en día ya hemos sido sustituidas por una informática que lo "hace todo".

Con la perspectiva que da el tiempo pasado, los recuerdos son de cariño, pues en la Olivetti he pasado, tanto en el ámbito profesional como en el particular, toda la vida: fueron 33 años.

Espero con ilusión la fecha del 18 de octubre.

Paquita Cortés

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