Recuerdos de un Olivetiano desmemoriado

 

                      

 

 

 - LLEGA RICCARDO BERLA -

La noticia se confirmó. En el primer semestre de 1965 (mi memoria no me permite ser más preciso) vino a Barcelona el italiano que esperábamos. Antes de su llegada, ya habíamos tenido noticia de quién era. Se trataba de un ingeniero de algo más de 40 años, del que se decía que, por razón de matrimonio, era pariente lejano de la familia Olivetti. Su nombre, Ricardo Berla. Otra fuente nos informó luego de que, después de su ingreso en la empresa, se había ocupado en Ivrea de la gestión de personal de alto nivel. Luego lo trasladaron a la Olivetti Corporation of America, con sede en la One Park Avenue, de Nueva York. Su último cargo allí fue el de Marketing Vicepresident.

Se instaló en el edificio de la fábrica, en el despacho que había sido del dott. Peyretti, Durante algunos meses, los empleados de COMESA no tuvimos el menor contacto con él ni de fábrica nos llegaban noticias demasiado precisas de su estilo de gestión. Ello no ha de extrañar porque entonces la relación entre las dos empresas eran muy distante .Sin embargo, el sector femenino de Ronda sí que supo muy pronto que, por su apariencia, era una persona fuera de lo común. Que era muy guapo, vamos.

Me dicen que la explicación a esa aparente indiferencia con que Berla trató inicialmente a la empresa comercial radicaba en el hecho de que su primera misión era modernizar la gestión en la fábrica y prepararla para responder de manera eficaz a la decisión estratégica de la dirección del Grupo Olivetti de concentrar en el establecimiento industrial de Barcelona la producción de las máquinas de escribir portátiles para todo el mundo. Cualquiera que fuera el motivo, el caso fue que, hasta bien avanzada la segunda mitad del año, no se produjo su primera visita a la Ronda.

Los tertulianos de la octava planta formulábamos hipótesis acerca de cómo se desarrollaría el primer encuentro entre Riccardo Berla (el ingeniero Berla, que era el tratamiento que desde entonces tendríamos que darle, siguiendo el protocolo italiano) y nuestro dott. Vernetti. También nos preguntábamos si alguno de nosotros sería testigo de esa entrevista. Alguien había recortado de una revista un anuncio de la empresa Roneo, especializada en mobiliario de oficina. En él, se veía a un hombre totalmente desnudo llamando por teléfono desde un ambiente que quería ser un despacho vacío. Del contexto se deducía que era un ejecutivo que, careciendo del atrezzo más indispensable, llamaba a Roneo para solucionar su problema. Con espíritu malicioso, el portador del recorte dijo que así se iba a ver Vernetti cuando se encontrara con su nuevo jefe. De la broma pasamos a preocuparnos por la situación y empezamos a pensar que algo había que hacer para ayudarle. Éste, que había tenido idénticos pensamientos y la misma preocupación, llamó un día a su despacho a Lázaro, a Ceballos, a Cignetti y a mí. Nos dijo que teníamos que prepararnos para hacer una presentación formal de la empresa al nuevo director general. No sólo carecíamos de experiencia, porque era algo que no se había hecho jamás, sino que nos dimos cuenta enseguida de que también nos hacían falta algunas informaciones fundamentales para hacerla.

Aunque parezca increíble (yo mismo no acierto a explicármelo), no sabíamos con exactitud cuántos éramos los empleados de COMESA y menos aún la distribución del personal por categorías profesionales y por sucursales. Para recabar la necesaria información, Ceballos se hizo diseñar un impreso simple y claro en el que los directores de las sucursales y los responsables de los diversos departamentos de Casa Central debían consignar detalladamente la composición cualitativa y cuantitativa de sus respectivas plantillas. Creo recordar que también se pedía a las sucursales la cifra de negocio de los tres últimos años, diferenciando la de venta de máquinas nuevas, la del Stac y la relativa a otras gestiones (por ejemplo, la reventa de máquinas usadas), si las había. Unas fotocopias de las respuestas dadas por cada una de las sucursales, hechas por aquel dichoso procedimiento fotográfico, y ya muy descoloridas, las guardé en un cajón de mi mesa de despacho durante treinta años hasta que dejé la empresa. Estaba convencido de que, por su valor documental y nostálgico, me las había llevado al marcharme. Debo de estar equivocado porque no las he encontrado por parte alguna. Es una pena, porque hubieran constituido un testimonio de primer orden de la situación que encontró Berla a su llegada a COMESA.

Por mi parte, por si le podía ser útil, le mostré al dott. Vernetti aquella serie de estudios de nuestras zonas de venta, por un lado, y los estudios de tendencia de venta de los principales productos que, a lo largo del tiempo, habían permanecido archivados esperando su momento. En función de la coyuntura, le parecieron estupendos. Por fin aquellos trabajos iban a tener alguna utilidad.

Cuando Berla anunció a Vernetti su visita, éste dijo a algunas personas que estuviéramos disponibles por si el nuevo jefe hubiera querido hablar con alguno de nosotros. Recuerdo que llegado el día, después de que ellos dos mantuvieran una conversación a solas, Vernetti nos llamó a Ceballos y a mí, nos presentó a Berla y nos pidió que le presentáramos la documentación que habíamos preparado. La conversación no fue muy fluida, porque el español de Berla era todavía bastante pobre. Sin embargo, nosotros quisimos sacar todo el jugo a los estudios y datos que teníamos. Por una razón muy sencilla. Mientras habláramos nosotros mantendríamos el control y la iniciativa y nos haría pocas preguntas. Hace de ello tanto tiempo que ya no sé si los recuerdos reales se mezclan con imágenes fruto de mi imaginación. Por desgracia, Ceballos (e.p.d.) ya no está y no podemos recordarlo juntos.

Estoy convencido de que aquella primera reunión le sirvió a Berla para confirmar algunas hipótesis. En Italia ya le habrían informado de cuál era la situación de la consociada española. Bien es verdad que la valoración que pudo hacer entonces, posiblemente la hizo más con los modernos criterios americanos que con la óptica y los modelos italianos. Viniendo de los Estados Unidos, que era como decir viniendo del futuro, estaba en situación de poder anticipar las situaciones que la empresa tenía por delante y, en función de ello, hacer fácilmente una valoración estratégica de sus puntos fuertes y débiles. En cualquier caso, sabría ya, antes de esa entrevista, que COMESA carecía de una estructura central adecuada, sin los puestos de responsabilidad cubiertos por personas dotadas, al menos, de un suficiente bagaje de conocimientos específicos que las capacitara para afrontar próximos desafíos. Por ello, la preocupación por la formación y el desarrollo profesional de las personas fue una de las notas distintivas de la gestión de Riccardo Berla, tanto en su primera como en su segunda época al frente de la empresa.

Después de esta visita, tardamos un tiempo en volver a verle. Pero pasadas unas semanas, Ceballos me dio una noticia que me causó una profunda sorpresa y, a la vez, me llenó de alegría. No me avergüenza lo más mínimo confesarlo. Berla había decidido que, al inicio del próximo año, yo tendría que hacer un stage en Milán, en la Direzione di Studi Economici e Programmazione, para mejorar mi formación profesional. Ceballos, a su vez, tendría que hacer lo mismo en la Direzione del Personale, en Milán y en Ivrea.

Os aseguro que jamás había imaginado que tal cosa me pudiera suceder. Por supuesto que yo no era el primer empleado que iría a Italia para su formación específica. Otros habían ido antes. Enrique Puig da algunos ejemplos en su primera colaboración. Muchos otros irían después. Pero, a partir de entonces, algo en mi vida iba a cambiar. Y mucho.

José Manuel Aguirre

Puigcerdà, a 6 de agosto de 2008

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