Recuerdos de un Olivetiano desmemoriado
- MIS AMIGOS DE IVREA -
A los pocos días, iba a realizar mi primer viaje a Ivrea, desde Milán. Un viaje que, a lo largo de mi vida profesional, se repetiría decenas y decenas de veces. Un coche nos esperaba en via Clerici a las ocho de la mañana. Digo nos esperaba porque no iba a viajar sólo. Hube de aguardar unos pocos minutos hasta que apareció otro pasajero. Aparentaba más de cincuenta años. Quizá sesenta. (Entonces esas edades me parecían edades provectas). Llevaba en la mano una gruesa cartera y un montón de periódicos debajo del brazo. No le conocía y él no se presentó. Yo sí lo hice. Se podría decir que, en cuanto el vehículo inició la marcha, el desconocido empezó a administrarme una especie de cuestionario sobre España, sobre Berla y acerca de la marcha de Olivetti en nuestro país. Tal era la cantidad de preguntas y lo bien estructuradas que estaban. El interrogatorio duró una buena media hora. Yo respondí, mitad en español mitad en mi pobre italiano, como buenamente pude Hasta que, en un cierto momento, de repente y casi de manera abrupta, el desconocido me puso en las manos un par de periódicos y me dijo: Tenga, legga. Después, ni una palabra más hasta llegar a Ivrea. Cuando nos despedimos, el chófer me informó de que mi acompañante era el dott. Lorenzotti, el director comercial de Olivetti en Italia. Nunca más le volví a ver.
Habíamos recorrido buena parte de los 140 kms. que, aproximadamente, separan Milán de Ivrea. Era mi primer viaje por aquella autopista, la Milano- Torino, la primera que se construyó en Italia, creo que por iniciativa de la Fiat. En la localidad de Santhià nos desviamos hacia el noroeste. Me gustaría saber cuántas veces habré repetido este viaje en su doble dirección a lo largo de mi vida profesional. Después de entrar en la localidad de Ivrea, el coche recorrió la via Jervis durante un largo trecho, siguiendo la larga fachada de la fábrica, hasta que, de pronto, apareció ante nosotros el soberbio edificio que todos hemos conocido con el nombre de Palazzo uffici. A primera vista, no se percibía su espléndida planta de tres alas. Ni que el edificio tenía dos entradas. Una, en la planta baja y posterior utilizada por casi todos los empleados, y otra, la entrada noble, ubicada a un nivel superior en la parte anterior, reservada sólo a los dirigenti de primer nivel, los clientes y las personas de cierto rango. Yo, ese día entré por esa puerta, porque me tomaron por acompañante de tan importante directivo. Ello me permitió apreciar de inmediato la impresionante belleza de aquel amplio atrio y de un increíble conjunto de escaleras que, partiendo de aquel nivel, ascendían hacia los pisos superiores. Realizadas en mármol blanco y maderas nobles, parecían entrecruzarse con sorprendente armonía. Un altísimo ficus en el centro de la planta completaba la escena.
Los colaboradores de Momigliano me esperaban, intentando en vano disimular su curiosidad, en el ala B de la tercera planta. Me encontré por primera vez con Bruno Lamborghini, Roberto Bobo Ruggeri y Pier Revel. Los tres, economistas. Tras las presentaciones de rigor, una conversación banal, de elemental cortesía, inauguró con ellos tres una amistad para siempre. A lo largo del tiempo se añadirían otros compañeros – también amigos luego - como Bruno Dominijanni, que compaginaba su actividad profesional con la cívica de alcalde de la vecina localidad de Banchette, y Alberto Di Macchi, persona admirable, no sólo por su profesionalidad, sino por su altruísmo, compartido con su esposa, del que no daré detalles porque sé que le disgustaría que lo hiciera. Una vez más, la suerte estaba conmigo. Es un privilegio haber sido su colega y amigo y haber aprendido tanto de personas de tanta calidad humana y profesional.
Aquel día las horas pasaron muy deprisa. Mis nuevos colegas me explicaron la naturaleza y el alcance de sus respectivas funciones, me dieron a conocer sus fuentes de información y sus métodos de trabajo y establecimos las bases de una colaboración mutua que había de durar hasta poco antes de mi marcha de la empresa. Puede que almorzáramos en la mensa o comedor de los empleados, como habría de hacer de ordinario en casi todas mis visitas posteriores. A media tarde, un coche me devolvió a Milán esta vez solo.
Al pensar en Ivrea, se agolpan los recuerdos en mi mente. Todos gratos. Todos pugnan por tener un lugar, por modesto que sea, en estos relatos. Acuden a mí las imágenes y los nombres de tantos colegas y amigos con los que he tratado a lo largo de tanto tiempo. Con algunos, de manera efímera; con otros, durante años y años. Diversos episodios de estos retazos de vida tendrán a Ivrea como escenario en próximos capítulos. Con el tiempo, Ivrea ganaría importancia para mí respecto a Milán. En función de mi carrera profesional, al adquirir nuevas responsabilidades, el epicentro de mis intereses se iba desplazando de la capital lombarda a la pequeña ciudad piamontesa. Recuerdo que, en los primeros años, hacía lo imposible por regresar a dormir a Milán con tal de no pasar la noche en Ivrea, que entonces me parecía un lugar triste y aburrido. Al paso de los años, a medida que me iba haciendo mayor, buscaba y agradecía la paz de la capital del Canavese y ya no quería ni pensar en el trajín milanés.
En Ivrea conocí a personas de toda condición, desde varios presidentes de la Sociedad – el profesor Bruno Visentini, el “marino” Otorino Beltrami y, por supuesto, el ing. Carlo De Benedetti – hasta los varios chóferes de los coches de la empresa, pasando por algunos personajes singulares de los que hablaré “cuando toque”. Pero hay dos de las que quiero contaros algunas cosas ya.
Una fue mi amigo Hans Glauber. Le conocí en mi segunda visita a Ivrea. Creí durante mucho tiempo, sin que nadie me sacara de mi error, que Hans era austríaco. Hablaba perfectamente alemán e italiano, si bien éste con un acento particular. Alternaba temporadas de trabajo en Francfurt, sede de la Deustche Olivetti, con otras en Ivrea. También era economista. Estaba especializado en un cierto tipo de estudios de mercado, consistente en la valoración de las diversas áreas de venta y en medir la eficacia y la eficiencia (que no son la misma cosa) de la empresa en cada una de ellas. Pasó una temporada en Barcelona – ciudad que había conocido en su juventud y de la que estaba enamorado, por su luz, por sus gentes, por las playas vecinas y por nuestra cocina – trabajando conmigo en temas de su especialidad.
En realidad, Hans era italiano, pero de la zona del Süd Tirol, que perteneció a Austria y que Italia se anexionó al final de la Primera Guerra Mundial. Había nacido en Dobbiaco – Toblach, en alemán - , una preciosa localidad de los Dolomitas. Mi familia y yo tuvimos ocasión de visitarle allí durante unas vacaciones que disfrutamos en la zona. Hans nos explicó que Gustav Mahler pasó en aquel pueblecito los últimos veranos de su vida y, durante esas vacaciones escribió sus novena y décima sinfonías (la última, inacabada) y Das Lied von der Erde (la Canción de la Tierra).
Hans era economista, sociólogo, alpinista y ecologista. En su juventud fue un artista singular. Fotografiaba piezas sueltas de las máquinas Olivetti y con estas imágenes realizaba composiciones abstractas. Expuso su obra en varias de las grandes capitales europeas y suramericanas. Estaba bien relacionado con determinados ambientes artísticos de varios países. Cuando le conocí, ya era un ecologista militante, lo que no le impedía en absoluto disfrutar de lo que él calificaba de “amplio catálogo de placeres que nos ofrece la vida”. En los últimos años de su vida fijó su residencia en Bolzano. Fue uno de los pioneros del compromiso ambiental en el Alto Adige. Fundó y presidió el Öko-Istitut del Südtirol en esa ciudad. Puso en marcha un grupo de debate anual con los líderes del movimiento ecológico: los Coloquios de Dobbiaco. Publicó diversas obras, la última de las cuales Langsamer, weniger, besser, schöner (Más despacio, menos, mejor, más hermoso) es toda una síntesis de su pensamiento. Hace unos meses, Bruno Lamborghini me comunicó la triste noticia de su muerte. La página web de Hans lo confirmaba lacónicamente el pasado 24 de abril: Hans Glauber ist Tot!
Un día, poco después de conocernos, almorzamos juntos. Al acabar, me propuso que le acompañara a casa de unos amigos que le habían invitado a tomar café. Acepté. Antes, teníamos que recoger a otros dos invitados con los que pasamos la tarde y que nunca más volví a ver. Eran una pareja de jóvenes - quizá ya matrimonio –, a los que recuerdo guapos, simpáticos, alegres y llenos de energía. Sin que sepa decir por qué, me impresionaron y, a pesar de mi pobre memoria, nunca los olvidé. Siempre que veía a Hans le preguntaba por ellos. Él se llamaba Tiziano Terzani. Trabajaba en Olivetti. Había comenzado como vendedor, pasó luego a jefe de grupo y recaló en la Dirección de Personal. Su función consistía en reclutar universitarios jóvenes en varios países europeos. Estaba a punto de dejar la empresa, porque este trabajo no le satisfacía. Sin embargo, decía que la Olivetti era una empresa que fabricaba máquinas para construir una sociedad en la que el hombre viviera en su plena dimensión. Decía que era la única empresa que, al no guiarse por criterios exclusivamente empresariales, quería reformar la sociedad utilizando parte de los beneficios obtenidos. Reflejaba fielmente el espíritu que había animado a Adriano Olivetti en su gestión. La vocación de Tiziano era decididamente el periodismo. Llegó a ser uno de los grandes del periodismo alemán y ganó su bien merecido prestigio como especialista en temas de China y de India en las páginas del periódico Der Spiegel. Residió en Singapur, Hong Kong, Pekín, Tokio, Bangkok y Nueva Delhi. Por causas que no conozco bien, mantuvo una acérrima polémica con la conocida periodista italiana Oriana Fallacci. Hace unos pocos años escribió Cartas contra la guerra, un libro demoledor contra la guerra del Irak y sus instigadores. Fue traducido a varios idiomas. De entre sus varias obras, me impresionó mucho la última, El fin es mi principio, compendio autobiográfico escrito a modo de testamento, sabedor de que un cáncer la aproximaba a un inexorable final.
Tiziano Terzani Compendio autobiográfico Terzani con su esposa
Las personas que les esperaban en su casa eran otro joven matrimonio: Romano Gabriele y su mujer. Él también trabajaba en la dirección de personal de Olivetti. Les gustó recibir a un visitante inesperado: un colega español. Era el segundo hogar italiano que yo visitaba. El primero fue el de la familia Bocca, en Milán. Los Gabriele vivían en una villa algo apartada del centro. Me parece recordar que la casa era grande y bonita, amueblada con muy buen gusto. Me acogieron con simpatía y las horas transcurrieron deprisa para mí. Me encontré muy cómodo en un ambiente culto y agradable. Bastantes años después, Gabriele me recordaba que me enseñó su casa (cierto) y que en la biblioteca me mostró unos volúmenes de la famosa obra Los Toros, de Cossío. (Es posible). Me recordaba, según él, que me preguntó qué opinaba yo de dicha obra y que yo le respondí: “Puro folklore”. (Muy poco probable). Creo que me confundía con otra persona. Yo conocía dicha obra y ahora me parece imposible que yo pudiera decir semejante tontería. (Seguro).
Mis nuevos amigos de Ivrea, demócratas a carta cabal, eran personas altamente interesadas por las cuestiones políticas. En mis visitas me pedían que les informara de la evolución de los acontecimientos en España, especialmente cuando la muerte del dictador abrió tantas posibilidades a la especulación y, por supuesto a la ilusión y a la esperanza. Cuando llegaba a Ivrea en domingo, siempre tenía un plato en la mesa de la familia Ruggeri. Independientemente de la hora de mi llegada. Un motivo más de gratitud hacia ellos. Roberto es la persona, de los muchos italianos que he conocido, que habla más deprisa. Recuerdo que un día, en el curso de una reunión, él citaba unas cantidades a su habitual velocidad. Yo dije: el extranjero que sea capaz de repetir lo que ha dicho Ruggeri sin equivocarse, puede presumir de no tener problemas en la captación del italiano hablado. Alguien me retó: A ver, repítelo. Yo lo hice y… me equivoqué. Quizá, yo estaba seguro de acertar y, de manera algo inconsciente, estaba fishing for compliments, como dicen los ingleses, y me salió el tiro por la culata.
Pier Revel, además de un acreditado economista – había colaborado junto a Giovanni Bocca en algunos de los libros de Momigliano - era un formidable jugador de tenis. Creo que, cuando lo conocí, no había nadie en Ivrea capaz de ganarle. Creo recordar que Vittorio Levi, era, como otros muchos, una de sus víctimas deportivas.
Bruno Lamborghini – otro de mis maestros y excelente amigo al igual que Giovanna, su esposa - siempre ha sido una persona rigurosa en todas sus cosas. Cuando yo le proporcionaba datos relativos al mercado español los pasaba siempre por el tamiz de la crítica: de qué fuente procedían; si la fuente era única; si no lo era, si los había contrastado; si contenían algún sesgo… Disciplina intelectual se llama esta figura. Ha escrito algunos libros y ha colaborado en varias publicaciones. Ha participado en trabajos para el prestigioso y selecto Club de Roma. El estudio realizado en 1982 para esta institución y publicado bajo el título Microelectrónica y Sociedad incluye un capítulo entero, colaboración suya. Tuve ocasión de publicar en La Vanguardia una reseña del mismo. Si os interesa, la podréis leer al final de esta entrega.
Bruno Lamborghini
Bruno colabora para el Club de Roma
De Benedetti incluyó a Bruno en el reducido grupo de personas de su confianza. Fue nombrado vicepresidente de Estrategia Corporativa y miembro del Comité Ejecutivo. En 1997 fue designado Chairman de Olivetti Lexicon, que tomó el nombre de Olivetti Tecnost, en el 2001. Respecto a sus actividades extraempresariales, debo mencionar que, en 1990, ocupó la presidencia de Eurobit. Posteriormente, fue vicepresidente del Business Industry Advisory Committee para la OCDE y presidente del European Information Technology Observatory. Actualmente, también preside el Archivio Storico Olivetti.
Tan impresionante currículum se complementa con su actividad docente en universidades de Milán, Turín y Parma.
Este grupo de amigos y excelentes profesionales es una muestra más – una de tantas – de que el espíritu de Adriano Olivetti se mantenía vivo, unos años después de su muerte, en todos los ambientes empresariales. Personas como Glauber y Lamborghini han sido y son buena prueba de ello. La democracia, el humanismo, la implicación de la empresa y de sus integrantes en la sociedad con el ambicioso objetivo de colaborar en mejorarla estaba en el ADN de aquel singular proyecto empresarial que fue aquella Olivetti nuestra.
José Manuel Aguirre
Puigcerdá, agosto de 2008.
El 15 de noviembre de 1991, La Vanguardia , en un suplemento dedicado al SIMO 91, publicó este artículo mío.
LA INFORMÁTICA Y LA FUNCIÓN DIRECTIVA
Se observan niveles muy distintos de informatización entre diversos organismos públicos o diferentes empresas, debido a que la intensidad del cambio depende mucho más de las decisiones de las personas a quien compete tomarlas que de la tecnología disponible.
Pronto se cumplirán diez años desde que el Club de Roma publicó su informe “Microelectrónica y sociedad. Para bien o para mal”. En él se realizaba un completo y apasionante ejercicio de prospectiva para describir la manera radical en que las nuevas tecnologías basadas en la microelectrónica iban a transformar importantes aspectos de nuestras vidas: trabajo, hogar, política, ciencia y paz. Se intentaba responder a preguntas tales como: ¿Nos enfrentamos sólo a una nueva tecnología o se trata de otra revolución industrial? ¿Cuáles serán sus repercusiones sobre los niveles de empleo, gestión de la empresa y tipos de trabajos generados por los cambios? O a estas otras mucho más inquietantes: ¿Cómo afectará al Tercer Mundo? ¿La tecnología de la información implicará una mayor participación de los ciudadanos en la gestión pública o acentuará la centralización del control? ¿Cuál será su repercusión sobre la tecnología bélica? El seguimiento de la guerra del Golfo por TV y en directo es prueba clara de que hoy se dispone ya de algunas respuestas que confirman de modo evidente y en buena medida lo que entonces eran sólo las primeras especulaciones.
A pesar de su indudable importancia, el documento no tuvo el eco que alcanzó “Los límites del crecimiento”, el primer informe del Club. Sin embargo, muchos de sus planteamientos no sólo siguen vigentes, sino que han acrecentado su interés.
En todo caso, la informática es el mayor exponente de la rápida penetración de la microelectrónica en todos los ámbitos del tejido productivo de un país y de la influencia que tiene para sus ciudadanos. Todos tenemos variadas y repetidas evidencias de ello. Las evaluaciones escolares de nuestros hijos, los extractos de cuentas bancarias, las facturas de luz y teléfono, los resultados del chequeo médico, la reserva de localidades para un espectáculo y tantas otras son apenas una reducida muestra de la actividad de los ordenadores. Pero es en la gestión empresarial donde de una manera más directa se perciben las consecuencias de la irrupción de la informática en la sociedad de hoy.
El personal directivo, independientemente del tamaño de sus empresas o del sector en el que éstas operan , se ha dado cuenta de que la introducción de la informática en las mismas ha tenido una consecuencia inicialmente no prevista por la mayoría: la informática ha transformado profundamente el modo de gestionar las empresas y sus efectos se dejan sentir sobre la totalidad de su estructura, desde el desarrollo y fabricación de los productos hasta la administración , y desde la planificación hasta las funciones de marketing y comercialización.
En general, y al margen de su papel determinante en la producción, el ordenador entró en las empresas con el fin primordial de incrementar la eficiencia de los procesos administrativos: tal era el caso de la mecanización de la contabilidad, de la facturación, de la gestión de stocks…Eran excepcionales las situaciones en las que la informática constituía una ayuda real a la dirección. Sólo en los últimos años se modificó sensiblemente esta situación y ahora bien puede decirse que los procesos de toma de decisiones se apoyan en medida creciente en sistemas informativos bien estructurados o en modelos informáticos de simulación.
Bruno Lamborghini, vicepresidente de Estudios Económicos y Estrategias de Olivetti y miembro del Club de Roma, tuvo a su cargo la redacción de un capítulo del citado informe, titulado “Repercusión en la empresa”. En él expone: “La consecuencia más auténticamente innovadora de la microelectrónica es la capacidad de ‘producir’, reunir y difundir cantidades enormes de información de alta calidad con un coste mínimo”.
El directivo de hoy – ya sea con la experiencia duramente adquirida en el diario ejercicio de afrontar riesgos e incertidumbres crecientes, ya sea con el bagaje complementario que aportan los estudios de administración de empresas – reconoce el valor estratégico de la información. Y, lo que es aún más importante, de la capacidad que se tenga de transformar la información en conocimiento y el conocimiento en acción.
En un escenario altamente competitivo y turbulento, con una fuerte dinámica de cambio, la eficacia en la transferencia de información dentro de las empresas y, sobre todo, entre ellas y su entorno, es el elemento determinante tanto para ganar las batallas por una posición de dominio en los mercados cuanto para lo que, en definitiva, más importa: incrementar la solidez y el valor de las empresas para sus propietarios y para las personas que en ellas trabajan, con plena legitimación social.
Bien puede decirse que, a pesar de su carácter inmaterial, la información es uno de los activos más importantes de las empresas, como factor predominante de los procesos de producción y decisión. La información es requisito indispensable para la eficacia de las actividades de marketing. Éstas no se conciben sin un preciso conocimiento de la naturaleza de los consumidores, de sus necesidades, del modo en que las satisfacen y de las tendencias y cambios que se manifiestan en todo ello. Pero parece claro que la cantidad y la calidad de la información no son, por sí solas, garantía alguna del incremento o conservación del nivel de competitividad de las empresas, ni siquiera de su misma supervivencia. Como advierte Lamborghini, “sólo la correcta utilización de la abundancia de datos permitirá a las empresas (…) lograr resultados socioeconómicos positivos”.
Para que esta adecuada utilización de la información se produzca será necesario mejorar determinadas capacidades de algunos directivos mediante el pertinente proceso de formación. La diversidad de situaciones que tienen que gestionar, las interrelaciones que existen entre ellas y la abundancia – a veces, el exceso – de información de que disponen hacen imperativo ampliar sus facultades de percepción global y de comprensión y manejo de la complejidad. Deberán emplear el difícil arte de la síntesis con la misma soltura y facilidad con la que frecuentemente realizan complicados ejercicios de análisis para explicar, con todo lujo de detalles, las causas que produjeron un efecto indeseado, imposible ya de subsanar.
Por otra parte, como indica el profesor Klaus Lenk, de la universidad alemana de Oldenburg, conviene tener presente que, dado que la informática tiende a fomentar el pensamiento racional en detrimento del pensamiento creativo, convendrá estimular a los directivos para que ejerciten frecuentemente éste último, de modo que no se altere el equilibrio de sus procesos mentales.
Por último, la adecuada utilización de la información dependerá de la idoneidad del equipo informático – hardware y software – que se emplee en su tratamiento. Naturalmente corresponden a los directivos las decisiones que se tomen en este sentido. La oferta informática llega a España sin retraso respecto a países más avanzados en otras áreas. Los visitantes de S.I.M.O. que hayan visitado también algunos de los importantes certámenes, como son el Comdex americano o el CeBit alemán, podrán dar testimonio de ello. Sin embargo se observan niveles muy distintos de informatización entre diversos organismos públicos o diferentes empresas. Y ello es así porque, también aquí, la intensidad del cambio depende mucho más de las decisiones de las personas a quien compete tomarlas que de la tecnología disponible. Para bien o para mal.
José Manuel Aguirre