Recuerdos de un Olivetiano desmemoriado (19)
- LA DIRECCIÓN DE ESTUDIOS ECONÓMICOS -
A mi regreso a Barcelona, informé al dott. Vernetti y al ing. Berla de mis actividades en Italia. Este último tenía su despacho en la fábrica. El dott. Peyretti se había trasladado al noveno piso de ronda Universidad. Se había creado una incómoda situación de equívoca bicefalia cuya solución competía a Italia. Berla procuró manejar el problema con diplomacia evitando cualquier tipo de tensiones. Quien tenía que hacerlo finalmente se pronunció y Berla quedó definitivamente al mando de las empresas del Grupo en España.
Una mañana de febrero me sorprendí explicándole a Berla, en italiano y todavía en su despacho de la fábrica, las materias que había aprendido el mes anterior en Italia. Quizá me atreví porque conocía las dificultades que él todavía encontraba en el manejo del castellano. Pero el más sorprendido de mi audacia fue él. Me preguntó si conocía el italiano antes de mi viaje a Italia. No me atreví a explicarle que la primera lección de mi curso del idioma me la dio un taxista y cuánto le costó a la empresa. Lo cierto es que el italiano no me resultó muy difícil y en aquel mes en Milán y con tan buenos profesores hice importantes avances. Al cabo de un tiempo no éramos pocos los que nos manejábamos bien en italiano en la empresa. Nuestro querido amigo José Llanos el brillante y añorado ingeniero, último director de la fábrica, lo hablaba con absoluta fluidez. Algunos lo hicieron no sólo por motivos profesionales, sino también por razón de matrimonio. Manolo Alonso y Antonio Florensa conocieron a sus futuras cónyuges en sendos viajes profesionales a Italia.
A partir de aquel día, aunque seguía dependiendo jerárquicamente del dott. Vernetti, gerente y director comercial de COMESA, fue Berla el que definió las prioridades en mi trabajo. Ya en Italia, Giovanni Bocca dirigió mi primer estudio de mercado consistente en la formulación de las previsiones de venta a largo plazo – cinco años – de las máquinas de escribir estándar, manuales y eléctricas, en el mercado español. Berla se interesó mucho por este trabajo que encajaba muy bien en su cultura empresarial americana. En función de lo que le expliqué, decidió que los próximos estudios tenían que ser, por este orden, el cálculo de los índices de potencial de mercado de nuestros territorios de venta (el llamado índice M) y la determinación de la pirámide de edad del parque mecanográfico español con el cálculo de la edad media del mismo y de la esperanza de vida de las máquinas instaladas. Habrían de seguir otros estudios como el cálculo de la estacionalidad en la venta de varios productos, en especial el de la venta de las máquinas de escribir portátiles.
El cálculo del potencial de mercado de las distintas áreas de venta tenía que resolver, en la medida de lo posible, un problema antiguo en la organización comercial: la fijación de los objetivos anuales de venta. La determinación del famoso cupo. Por su importancia, le dedicaré una próxima entrega.
Pero de todo lo que aprendí en Italia lo que más llamó la atención de Berla fue un ingente trabajo de carácter estratégico realizado por Olivetti Italia: el censo del parque mecanográfico de aquel país. Enseguida pensó en la oportunidad y en la conveniencia de que la consociada española fuera la primera de las extranjeras en realizar un trabajo análogo. (En realidad, iba a ser la única). Desde el primer momento ordenó que se realizaran los estudios previos para que se llevara a cabo el trabajo tan pronto como fuera posible. También este tema merece un tratamiento monográfico y muy especial. Ahora diré solamente que nosotros realizamos no sólo un censo, sino cuatro. He dicho bien: cuatro. Dos de ellos, de productos de la General Line y dos más, de máquinas de gestión. Me sorprenden una y otra vez mis colegas y amigos cuando hablan de “el Censo”, como si solamente hubiéramos hecho uno.
En Italia también me habían insistido en la conveniencia de conocer y seguir la evolución de la coyuntura y del clima económico del país. En definitiva, seguir la evolución de las variables que componen el cuadro macroeconómico. Hoy en día las informaciones al respecto se publican puntualmente en la prensa diaria, son del dominio público y una persona con una cierta cultura sabe bien qué es el producto nacional bruto, el consumo público y privado, la inversión y otros parámetros análogos o relacionados con ellos. La jerga macroeconómica ya no es sólo cuestión de iniciados. Pero hace cuarenta años eran informaciones reservadas en principio sólo a organismos gubernamentales y, en todo caso, si se publicaban lo hacían con mucho retraso. Los servicios de estudios del banco Central y del de Bilbao y, posteriormente, el de “la Caixa” publicaban también unos muy interesantes Informes Anuales de la evolución de la economía española en donde formulaban sus propias estimaciones y proyecciones futuras. Decidí ponerme en contacto con alguno de ellos. Ceballos me recomendó que me dejara asesorar por Arturo Gómez. Tan eficaz como siempre, Arturo me presentó al director del servicio de estudios del Banco de Bilbao, Julio Alcaide Inchausti, hoy ya jubilado. Cuando estaba en activo era uno de los mejores expertos en estadística del país. Creo recordar que también fue director del servicio de estadística del Ministerio de Trabajo. Su hija Carmen – digna hija de su padre - ha sido, hasta hace muy poco tiempo, la directora del Instituto Nacional de Estadística.
Recuerdo que Julio Alcaide nos recibió en su despacho del edificio del banco sito en la conjunción de las madrileñas calles de Sevilla y Alcalá. Me acogió con gran amabilidad. No sólo me proporcionó los datos que le solicité en esta primera visita, sino que se extendió en los comentarios que estimó oportunos para su correcta interpretación y adecuada utilización. Me invitó a visitarle cuantas veces fuera preciso. Aunque más adelante volveré a hablar de él, he de decir desde ahora que me honró desde entonces con su amistad y que en él encontré siempre la información que buscaba y, sobre todo, el consejo del maestro cuando lo necesité. Nuestros compañeros José Antonio Pérez del Villar y Alfred Ferrer podrían también hablar mucho y bien del maestro Julio Alcaide.
A finales de año, Berla convocó la habitual reunión de directores. Hasta entonces había estado reservada solamente a los directores de sucursal. El nuevo Director General decidió ampliar el número de asistentes, invitando a diversos representantes de Casa Central. Yo fui uno de ellos. Esta reunión se celebró por primera vez en la planta novena de Ronda Universidad.
Para la ocasión, Berla preparó cuidadosamente su discurso. Lo leyó en castellano. Siguiendo una pauta clásica, pasó revista a los logros de la empresa en los últimos años y definió sus objetivos para el ejercicio 1967. Afirmó que los desafíos de los nuevos tiempos exigían una actualización de las estructuras de la empresa, en especial de sus departamentos centrales, muy débiles o casi inexistentes hasta entonces. Anunció la creación inmediata de la Dirección de Personal – su responsable sería Agustín Ceballos - y de la Dirección de Estudios Económicos, cuya responsabilidad me confiaba. Berla era consciente de que la creación de departamentos centrales iba a ser percibida por los directores de sucursal – hasta entonces “virreyes”, como los denomina Enrique Puig en uno de sus escritos – como un debilitamiento o limitación de sus casi omnímodas facultades. Aunque íbamos a estar formalmente bajo la dependencia jerárquica y orgánica de la gerencia, a nadie lo cupo duda alguna de que los nuevos designados éramos personas de la confianza de Berla. Pronto se vería que, funcionalmente, dependeríamos de él. De alguna manera, él mismo lo insinuó en su discurso cuando dijo (cito casi textualmente) que quería que los señores Ceballos y Aguirre actuaran a modo de oscilógrafos (esta fue la palabra que empleó) para detectar e informar a la Dirección de las nuevas exigencias que se le planteaban a la organización. Dijo también que estaba seguro que la creación de los nuevos departamentos no generaría conflicto alguno entre centro y periferia sino que, por el contrario, reforzarían la colaboración y buenas relaciones ya existentes entre las sucursales y Casa Central. Lo de los oscilógrafos fue motivo de guasa durante algún tiempo por parte de los directores más jóvenes.
En aquella reunión, después del discurso de Berla, Ceballos expuso las líneas generales de la política de personal de la empresa. Luego llegó mi turno. Era la primera vez que yo me dirigía a un auditorio como aquel, formado prácticamente por los más altos niveles de la estructura jerárquica de la empresa. No podía ni debía fallar. Los directores de sucursal apenas me conocían. Alguno, ni eso. No estaba nervioso porque la enseñanza da mucho oficio, pero sí preocupado porque quería hacerlo bien. Convine con Berla que centraría mi intervención en la exposición de dos temas. El primero, consistió en ilustrar las posibilidades de absorción de máquinas de escribir del mercado español en los próximos años. El segundo, se centró en la metodología a seguir para el cálculo del mal llamado cupo del próximo año. Expliqué el procedimiento que había utilizado para calcular la capacidad relativa de compra de cada una de nuestras zonas de venta, el que habíamos de denominar como Índice M. Procuré evitar los tecnicismos, aunque en algunos parajes no los pude obviar del todo. Complementé mis explicaciones con un primitivo soporte gráfico, consistente en unas transparencias hechas a mano por Paquita Cortés, mi secretaria, de manera muy clara y pulcra. Al acabar mi intervención, Berla invitó a los asistentes a formular las preguntas que estimaran oportunas sobre las cuestiones expuestas. Apenas alguno intervino. La experiencia me ha demostrado una y otra vez que cuando en una exposición interviene en mayor o menor grado la matemática – mejor diría la aritmética- se discute poco por un injustificado temor a hacer el ridículo. En cambio, cuando se trata de temas de salud o de asuntos legales, por ejemplo, casi todos somos expertos médicos o abogados.
A Berla le gustó mucho mi intervención. Así me lo dijo. No recuerdo qué programa había para la sesión de tarde. El caso es que, después de felicitarme, me preguntó si podría exponer algún otro tema para cerrar con él la reunión. Yo no supe decirle que no, quizá halagado por su interés. Hice mal. Hay que ser siempre muy cauto, no improvisar si no es absolutamente necesario y no tener nunca prisa en la explotación del éxito, en contra de lo que opinan los expertos en cuestiones militares. Eso no lo había aprendido en mi época de docente. De entre los varios temas que podía utilizar, todos aprendidos en Italia, me embarqué en una disquisición teórica sobre las elasticidades cruzadas que se producían en la demanda de dos bienes sustitutivos (p.ej.: una sumadora manual y una sumadora eléctrica) y ofertadas por sólo dos competidores. ¡Qué error y qué horror! Lo elegí porque no necesitaba de más soporte gráfico que los que yo pudiera dibujar en una pizarra de hojas intercambiables. ¡Vaya rollo y a aquella hora! Me encontraba incómodo porque enseguida me di cuenta de mi error y de que la audiencia no podía o no quería seguirme. Ricardo Ciuró, entonces director de SEO y persona respetada en la empresa por edad y gobierno, me hizo una pregunta a la que yo no debí responder de manera suficientemente clara. Me volvió a preguntar y yo, sin motivo alguno, le respondí de manera impertinente y hasta ofensiva. Otro error. Este mucho peor. Procuré abreviar. Al terminar, me apresuré a pedir perdón a la persona ofendida, puesto que lo había hecho públicamente. Pedí perdón a Berla, porque habían pasado apenas unas pocas horas y ya había demostrado que sus afirmaciones de la mañana acerca de la pax augusta que debía reinar entre periferia y centro eran casi utópicas, pedí perdón a los asistentes por mi desafortunada intervención, en todos los sentidos. Luego, en privado, reiteré mis excusas al ofendido, que no me las aceptó.
Este fue mi primer error grave en la empresa. Seguirían algunos más. El episodio de la fotocopiadora fue sólo un accidente. Éste, no. Han pasado más de cuarenta años y aún me avergüenza recordar un día que para mí había empezado muy bien y, sin embargo, acabó de la peor manera por mi mala cabeza.
José Manuel Aguirre
Puigcerdà, agosto de 2008.