Recuerdos de un Olivetiano desmemoriado
- DEL PATRIARCA Y EL HECHICERO -
En un capítulo anterior me he referido al dott. Vernetti como al patriarca y jefe de la tribu de los “comesos” y al dott. Sinigaglia, como a su brujo y hechicero. Habréis comprendido que utilizaba metáforas, quizá no muy ingeniosas, pero siempre sin ánimo alguno de caricaturizar o de deformar el retrato que un relator aficionado como yo puede dibujar de personalidades ciertamente ricas. Ese retrato, hecho por un desmemoriado, al que ya se le han difuminado los matices y en cuyos últimos recuerdos los colores han virado al sepia, como en las viejas fotos, puede quedar desenfocado y gris. Soy muy consciente de ello. Pero aun así, lo voy a intentar. Los que los conocisteis mejor que yo, sea porque estabais más próximos a ellos (en el caso del dott. Vernetti es difícil), sea porque vuestra capacidad de análisis de las personas es mejor que la mía, corregidme sin miramientos. Porque esto es un foro y porque la memoria de ellos dos lo merece. Debo advertir que no pretendo en absoluto realizar una síntesis biográfica. Ni tengo datos para ello ni este espacio tiene esta vocación.
Así pues, desde la lejanía de tantos años y con el respeto debido, allá voy.
Si tuviera que resumir en una sola palabra la personalidad de Angelo Vernetti Blina no encontraría otra mejor que la francesa bonhomie. En español hacen falta dos vocablos para definirla: bondad y sencillez. El dott Vernetti era un hombre bueno con todos. Añadiría además que era una persona sencilla que sabía disfrutar mesuradamente de la vida. Era un hombre de fuerte constitución. Apreciaba sobremanera la buena mesa que gustaba compartir con todo el mundo. Hablaba correctamente el español con un acento muy peculiar que no olvidaré nunca. Era una mezcla singular y agradable de andaluz e italiano, idioma este que le oí hablar en contadísimas ocasiones.
Por su bondad, le queríamos cuantos estábamos próximos a él. En los años 1967 y 1968 tuve ocasión de hacer con él y con Agustín Ceballos un par de viajes por España. Íbamos en un Fiat 1500, conducido por el mayor de los hermanos Herranz. El periplo, empezando por el Norte y acabando por el Levante, duraba unas tres semanas. Recorrimos todas las sucursales y visitamos a algún que otro concesionario. Al llegar a una sucursal, lo primero que hacía era saludar uno por uno a todo el personal. Al mediodía, era obligada una comida con todos. Por la noche, la cena era sólo con el director. En todas partes conocía por su nombre a vendedores, técnicos y administrativos, se interesaba por sus familias y gustaba de conversar con ellos. Si estaba en su mano remediar algún problema o necesidad excepcional, lo hacía con discreción y naturalidad. En definitiva, era el jefe, pero sobre todo un patriarca. Era un paradigma de un cierto tipo de gestión, en aquella empresa tan paternalista.
Conmigo fue siempre de una apabullante generosidad. Puedo aportar multitud de ejemplos. Por ahora, baste uno. En el primer viaje que hice con él y con Ceballos, cuando se enteró que yo no había viajado apenas por España, se encargó de que, en cuanto yo dejaba de ser necesario en la sucursal de turno (que era enseguida), el chófer me llevara a ver lo más interesante del lugar. Así visité por primera vez y sin las aglomeraciones o restricciones de hoy, entre otras maravillas, la cueva de Altamira, el alcázar de Sevilla y el barrio de Santa Cruz, la Alhambra y el Generalife o el palmeral de Elche. Eso sí, a la hora del almuerzo había que estar sentado a la mesa. Supo también cuál era el equipo de mis amores (el de casi todos, no; el otro) y si raramente coincidía que el domingo jugaba en donde estábamos o cerca de allí, encargaba al director de la sucursal que nos tuviera preparadas las consiguientes entradas para ver el partido.
Se me dirá que qué tiene que ver todo esto con ser un buen gestor. Posiblemente poco o nada. Yo no he dicho que él lo fuera o dejara de serlo. Pero para aquella época, cuando la gestión comercial consistía en buena medida en calmar las impaciencias del cliente y en no estropear las cosas, creo que sus dotes eran suficientes. Cuando hizo falta, tuvimos nuevos gestores más acordes con las nuevas exigencias. Pero el afecto hacia el dott. Vernetti se mantuvo siempre vivo.
De izquierda a derecha se nos ve: a mi, a Vernetti, Gianluca Peyretti y Ricardo Ciuró (director de SEO).
Era una comida después de la reunión anual de directores de 1967
El dott. Luciano Sinigaglia era un hombre de una personalidad diferente y bastante más compleja. Mi relación con él no fue tan próxima como la que tuve con el dott. Vernetti. Pero me atrevo a afirmar que le traté lo suficiente para reconocer en él una perspicaz inteligencia, grandes dosis de astucia, fina ironía y no poca ambición. ¿Por qué lo califico de brujo? Pues porque estoy convencido de que, metafóricamente hablando, tenía encantados o encandilados a muchos de sus colaboradores. No se vea en ello connotación ética negativa alguna. No abusaba de la situación, pero él era consciente de la influencia que ejercía en sus colaboradores y la aprovechaba. Tenía su círculo, en el que se reservaba el derecho de admisión. Salvo alguna excepción, su club de fans no incluía a personas próximas al dott. Vernetti. Hablando en román paladino diría de él que era un seductor… de aquellas personas que se dejaban seducir.
Hay que decir enseguida que era leal con ellas. Sobre este particular, Carlos Tutusaus me contaba hace poco una anécdota muy significativa. Una mañana, en el vestíbulo de entrada a la antigua sucursal de rambla Cataluña, se encontraba Sinigaglia esperando a alguien. Tutusaus, que llevaba poco tiempo en la empresa, llegaba en aquel momento para incorporarse al trabajo. Saludó a su jefe y éste, sin explicación alguna, de buenas a primeras y a voz en grito, le recriminó por algo que Carlos no había hecho ni dejado de hacer.
Aquella mañana, el sr. Albarracín, entonces jefe de ventas, anunció a los vendedores que el dott. Sinigaglia les invitaba a todos a comer en el restaurante Las Siete Puertas. Esta ceremonia no era infrecuente en aquellas calendas. Había celebraciones a menudo. Tutusaus le dijo al sr. Albarracín que, puesto que no entraba en sus obligaciones, no asistiría a la comida. Al preguntarle éste el motivo, le explicó que estaba muy enfadado porque el dott. Sinigaglia le había echado una bronca sin razón alguna. Albarracín se lo dijo a don Luciano y éste llamó a Carlos. Le dijo que sentía haberle ofendido y que le perdonara. Se daba cuenta de que se había equivocado. Por lo tanto, se excusaba y le rogaba que asistiera con los demás a la comida. Tutusaus le dijo que con eso no había bastante. Que le había ofendido a voz en grito en el vestíbulo y se habían enterado todos los vecinos. El dott. Sinigaglia lo cogió del brazo y salió con él a la entrada. Allí, en voz muy alta, para que todos le oyeran, dijo que había reñido sin motivo alguno al sr. Tutusaus y que, reconociendo su error, le pedía perdón allí mismo. Lavada la afrenta, se fueron a comer tranquilamente.
Alguna cosilla más se quedará enredada en la maraña de mis recuerdos. Pero dejadme finalmente apuntar que el dott. Sinigaglia era algo exhibicionista e irreverente. Como tenía la tensión algo baja, necesitaba tomar alguna cosa a media mañana. Alguien me recuerda que, llegada la hora, sin importarle quien pudiera estar con él, llamaba a su secretaria diciendo: ¡Joaquina, la comunión! Entonces su secretaria entraba en su despacho con medio whisky y una galleta maría. Ella, que estoy convencido de que nos leerá, podrá confirmarlo o desmentirlo, si quiere.
Ceballos y yo con el dott. Sinigaglia, en la tienda de Ronda, creo que el día de la inauguración.
Para casi todos, el dott Vernetti era una persona querida y respetada. El dott. Sinigaglia no dejaba indiferente a nadie. Unos le admiraban devotamente; otros, aun reconociendo sus valores, preferían ser feligreses de otra parroquia. Casi todos le tenían un cierto respeto, aunque de otro tipo. En todo caso, son dos personajes que, con toda justicia, ocuparán un lugar preferente en la historia de la Olivetti española, si alguien emprende algún día la aventura de escribirla.
José Manuel Aguirre
Barcelona, a 23 de julio de 2008