Olivetianos en Acción

II CONCURSO LITERARIO OLIVETIANOS

 

Categoría 1. “Aquella máquina de escribir Olivetti cambió su vida.”

El peso de la escritura

Aquella máquina de escribir Olivetti cambió su vida. Y como pesaba la condenada. Notó el sudor en la espalda y tuvo miedo que se le resbalara de las manos. Pero le había costado tanto conseguir la demostración que decidió no expresar la mínima debilidad ante la estricta secretaria.

Había logrado convencerla al sugerir que los decretos de la alcaldía le quedarían aun mucho mejor con la letra nítida y uniforme de la Editor 5C. Y poder ajustar el margen derecho y corregir los errores, bueno alguna pequeña equivocación, porque el estaba seguro que ella no cometía ningún error. Iba desgranando las cualidades de la máquina mientras la apoyaba en una de las rodillas a espera de la llegada del ascensor.

Arriba en el antedespacho del alcalde mientras depositaba la máquina encima de la mesa le apretó el nudo de la corbata aunque dudó si era efecto de la sofoquina o del principio de sugerencia que se entreveía al asomarse indisimuladamente al somero balcón del escote de la chica.

Fueron dos tardes ralentizando la demostración entre visitas al despacho del alcalde y llamadas de teléfono pero cuando una mañana le llamó para decirle que el Ayuntamiento iba a comprar la máquina su alegría se tiñó de una leve duda de qué inventarse para volver a verla.

Era su voz en el teléfono: " Hola , soy la secretaria del Sr. Alcalde, donde puedo comprar las cintas ?" Y él : "Yo mismo te las llevaré" y luego un café cuasi suplicado y la sonrisa cómplice de ella cuando los ojos se le iban inmanejables a la sonrisa de sus ojos y tal vez a su escote.

Vinieron otros tiempos y llegaron otros ruidos y los ordenadores jubilaron las máquinas de escribir pero ella, sí ella, siempre se jactaba que la Editor 5 seguía allí, en un lugar preeminente y sonreía pícara al contarles a sus hijos que aquella, sí aquella máquina le había costado a su padre sudor, nervios , un café y muchas horas de insomnio y alegrías.

Eusebio Quevedo Rojo

Madrid 2010

 

REENCUENTRO

Aquella máquina de escribir Olivetti cambió su vida. Y ahora estaba allí, encima de la mesa de su antigua habitación en casa de sus padres. En el mismo sitio que se la había encontrado una mañana turbia de Septiembre. En dos días se iba a la ciudad, al colegio. Sobre el estuche, tal vez gris, había una nota. Reconoció la letra clara e irónica de su abuelo. Era su regalo de cumpleaños.

La abrió con indisimulado nerviosismo, agarró con miedo la cremallera y ahora estaba ahí de nuevo con las teclas levemente difuminadas por el uso.

Deslizó los dedos por el teclado hasta alcanzar el rodillo levemente mellado por tantas historias. Solo sabía usarla con dos dedos pero ahí seguían los apuntes del colegio, la envidia de los amigos. Luego la facultad, la fenomenología de Hussrel, El estudio de la perspectiva en Patinir, la tesis sobre.... El Cantar de Mío Cid? Todo, todo estaba en ese débil y austero rodillo, los versos que aquella chica nunca supo apreciar, su amago de curriculum cuando entró en la Hispano Olivetti. El ingreso de sus hijos en el mismo colegio.

Y como emergiendo entre los recuerdos dos manitas pequeñas y una cabecita rubia entre sus brazos: "Abuelo, abuelo podemos jugar contigo ?" Sintió en sus tobillos la presencia del húmedo hociquito de Luna la fiel escudero del niño. "Abuelo , abuelo podemos jugar contigo? Pero abuelo no tiene pantalla". Y la voz de su hija desde la cocina: " Papá si el niño y Luna están contigo que bajen ya a comer". Cogió las manos del niño entre las suyas y le dijo que luego le iba a contar un cuento muy, muy guay. Y el niño " Me lo prometes abuelo, me lo prometes abuelo, me lo prometes... ?" pero ya la voz del niño trotaba escaleras abajo acompasada por los alegres ladridos de la perrita.

Volvió a acariciar el teclado y el rodillo, pulsó la tecla de retorno del carro, lentamente bajó la tapa y el leve rassss de la cremallera le sugirió que tal vez estaba ya cerrando su bucle y era hora de reengancharse a la vida.

Eusebio Quevedo Rojo

Madrid 2010

 

Aquella máquina de escribir Olivetti cambió su vida. Su abuelo la había comprado a plazos hacía ya ni se sabe. Le servía para ganarse un sobresueldo en casa al salir de la oficina. Eran años difíciles. Luego la utilizó su padre para pasar a limpio sus apuntes universitarios. Después la máquina quedó olvidada hasta que sirvió de juguete para que la niña se entretuviera.

Cuando le compraron el ordenador, ella pensó en desprenderse de aquel artefacto totalmente inútil. Intentó regalar la máquina, pero nadie la quiso. Entonces, la vendió en el Rastro. Le dieron veinte euros por ella. Al pasar por delante de una administración de loterías, casi sin querer, se fijó en el número: 21293. Le evocó la fecha de su nacimiento: 21 de febrero de 1993. Se gastó todo el dinero de la venta en comprar un décimo. Resultó ser una óptima inversión: le tocó el primer premio.

 

Aquella máquina de escribir Olivetti cambió su vida. Tenía que enviar un curriculum para ingresar en Comercial Mecanográfica.

Gran problema, su letra era horrible y no disponía de máquina de escribir.

De pronto ! EUREKA ! pensó que en el despacho de la planta baja podrían ayudarle.

Bajó rápidamente y llamó con gran decisión. La puerta se abrió y la criatura más bella que jamás había visto le preguntó ¿ qué desea joven ?.

Después de un ligero balbuceo le explicó el motivo de su petición.

Amablemente la joven se ofreció a escribir lo que le dictase , y una vez finalizado el escrito pudo enviar por correo su curriculum.

Epílogo: Su petición de empleo fue rechazada , pero aquel primer encuentro posibilitó su unión a la mujer de sus sueños.

Hoy día , después de muchos años siguen siendo felices.

 

Categoría 2. “Le propusieron trabajar en el software y…”

Le propusieron trabajar en el software y tardó en hacerse a la idea. Nunca había pensado en esa posibilidad. Siempre había considerado el software como algo afeminado –la parte blanda-, en contraposición al hardware –la parte dura-, y él siempre se había considerado muy macho y hacía todo lo posible por aparentarlo. Bueno, hablamos de hace treinta años.

Las cosas han cambiado mucho, para empezar hay leyes que antes no existían. Hoy, ser gay no mengua ningún derecho, incluido el del matrimonio con otro colega del mismo sexo. Se ha dado un salto enorme. En algunos ámbitos incluso se ejerce una discriminación positiva, como con las mujeres.

Por eso, cuando hoy su hija le ha dicho que entra a trabajar en una obra, de albañil, se ha puesto contento, con el paro que hay. Además, así podrá pagar la hipoteca, la mujer de su hija también está en el paro.

 

Categoría 3. “De pronto, se le borraron todos los datos del disco duro de su M 24.”

De pronto, se le borraron todos los datos del disco duro de su M 24. ¡MIERDAAAA! gritó Carlos aferrado con las dos manos al escritorio, mientras su M24 con la pantalla vacía, emitía un desagradable ruido, como un rechinar de dientes.

- ¡Ya me aviso Oscar! - Compra un IBM en lugar del ordenador italiano. Que los de Olivetti lo que hacen bien son las máquinas de escribir- Ahora todo el trabajo perdido.

Su mujer alarmada por el grito corrió a su lado, puso la mano en su hombro y le dijo:

- Son cosas que pasan, ahora no culpes a tu hijo por convencerte para que compraras el ordenador. El también habrá perdido sus trabajos de la escuela.

Carlitos llegó de la piscina, justo para cenar, al ver la crispada cara de su padre le preguntó:

- Pero….. ¿qué pasa?

Después de escucharle, Carlitos sonriendo comentó:

- Ayer el profe de informática nos avisó de los problemas con los discos duros, por eso hice copias de mis trabajos y del tuyo, por si acaso.

Carlos con la boca abierta y asintiendo repetidamente con la cabeza, miró a su hijo de doce años y dijo:

- Si señor, ¡este es mi hijo! acabas de ganarte las colonias de esquí.

Y la familia Martínez tuvo la cena en paz.

Valentín González Artola.

Granollers, 2010

 

De pronto, se le borraron todos los datos del disco duro de su M 24. Fue imposible recuperarlos. Le había regalado la máquina su tío cuando se compró otra más moderna. En el hospital, el ordenador era la envidia de los otros niños enfermos y para ella, un confidente a quien contar sus miedos y sus trances amargos, pero también sus sueños y la esperanza de verse curada algún día. No permitió que nadie leyera lo que confiaba al duende que habitaba en lo más recóndito del artefacto.

Se llamaba Ana, como la niña mártir de Amsterdam. Quizá alguien le había contado lo de su diario y ella decidió imitarla. Empezó a escribir también el suyo, pero no en un cuaderno, que todos podrían leer, sino en el cartapacio virtual del ordenador.

El disgusto agravó su enfermedad y ese fascismo biológico que es el cáncer se llevó, inmisericorde, sus secretos.

 

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