Seguramente, muy poco tiene que ver con el arte de las musas pero estamos ante una auténtica maravilla de la técnica relacionada con la música. Quien entienda un poco de mecánica y música se dará cuenta del grado de dificultad que tiene este trabajo para conseguir la alineación y calibración de la máquina. Encended los altavoces. Todas las bolas acaban entrando en los conos receptores.

Esta increíble máquina fue construida gracias a un esfuerzo de colaboración entre el Conservatorio de Música de Requena y la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Cheste (Valencia). Increíblemente, el 97% de los componentes de la maquina viene de las fábricas de Lois y de Equipos de Riego Lafror, de Utiel. ¡¡¡ Sí, equipamientos para granjas !!!. Al equipo le llevó 5 .029 horas el montaje, alineación, calibración y decoración antes de poder grabar este video, aunque como puedes ver el esfuerzo mereció la pena.

Hoy día está en funcionamiento en el Museo del Vino de Requena.

¡Se nota que Valencia es tierra de artistas!.

Aquí, todos los vídeos de los Beatles.

DISFRUTAD DE LA BUENA MÚSICA

por José Manuel Aguirre

Dedicado con todo afecto a nuestro compañero Ricardo Talayero

Hace ya algunos años, mi  buen amigo L. me advirtió: Actúa en el Palau de la Música un conjunto ruso – la Orquesta Ossipov de instrumentos populares-, no os lo podéis perder por nada del mundo. Nunca habíamos oído hablar de esa orquesta, pero como nuestro amigo nos  lo dijo con tanta convicción, mi mujer y yo asistimos al concierto movidos por una gran curiosidad. Nos sorprendió que el Palau no se llenara como era habitual.

La orquesta en cuestión utilizaba exclusivamente instrumentos populares rusos –balalaikas, harpas, violines, guitarras y otros cuyos nombres desconozco. Creo que aquel fue el concierto más emocionante al que he asistido en mi vida. El programa incluía de manera casi exclusiva  una serie de melodías populares rusas, la mayoría desconocidas para mi mujer y para mí y puede que para muchos de los presentes. La orquesta las interpretó con una maestría y una sensibilidad exquisitas. Los asistentes las escuchaban extasiados y aplaudían con entusiasmo y puestos en pie cada una de las piezas. Recuerdo que, al acabar la interpretación de una deliciosa y melancólica composición titulada “Campanas de la tarde”, la ovación se hizo interminable. Mi amigo ya no pudo contener su emoción por más tiempo y, con lágrimas en los ojos, abandonó su localidad, se adelantó por el pasillo central y se acercó todo lo que pudo al director de la orquesta y lo vitoreó mientras agitaba al aire su pañuelo blanco. Enseguida otros de los asistentes hicieron lo mismo. Para su desgracia, un buen número de melómanos barceloneses había dejado escapar la oportunidad de gozar de uno de los conjuntos más singulares que era posible oír entonces.

Es mi personal convicción de que de todas las producciones artísticas que el genio humano nos ha regalado a través de los tiempos, la música es el arte que suscita las mayores emociones y el que lo hace de manera más intensa. Hemos tenido la fortuna de conocer y disfrutar de muchísimas maravillas en todos los terrenos de la creación: en las múltiples manifestaciones de la arquitectura, la escultura, la pintura, la literatura, el cine. ¿Quién no se ha conmovido profundamente ante la visión de las Pirámides, con la contemplación de las obras de Miguel Ángel,  frente a los cuadros de tantos grandes  maestros (para qué citar ni a uno solo)? ¿Quién de entre nosotros no ha gozado en su juventud con las obras de aquellos escritores que nos dieron a conocer mundos, personajes y aventuras increíbles? ¿Quién no  sigue haciéndolo con la lectura de cualquiera de los libros de  la vasta producción literaria actual  o en un retorno constante a los clásicos? ¿Y quién no tiene su personal selección de grandes películas, asociadas quizá a momentos concretos de su vida? Y sin embargo, por grande que sea la emoción y el disfrute que me proporciona el goce de tantas obras de arte, nada me llega tan directamente al corazón, nada estimula de manera tan intensa mi sensibilidad como la música. Y fijaos que no digo la música clásica. Me refiero en general a la música, en casi todas sus manifestaciones. Siempre hay una pieza musical para cada momento. Desde la banalidad romántica de un bolero, el compás alegre de un pasodoble, la magia del jazz, el ritmo sincopado de los espirituales negros, el embrujo del flamenco,  la elegancia de un vals vienés, la filigrana de cualquier obra de Mozart o la grandiosidad de una sinfonía de Bruckner. Creo que todo es buena música y creo que el que no lo sepa ver así, es mucho lo que se pierde. No lo digo con la autoridad del experto, sino con la pasión de quien ama este bello arte.

Mi madre procuró que sus hijos fueran “hombres de provecho” (entonces se empleaba esta expresión, creo que en una feliz síntesis) y que amaran la música. Lo segundo lo consiguió cumplidamente.

Me encanta la música popular, la de entonces (copla, flamenco) y la de ahora (Sabina y Serrat, por decir algo) pero sobre todo me conmueve profundamente la música clásica. Recuerdo que, en un viaje a Andalucía, mi mujer y yo nos reunimos en Cádiz con el matrimonio Torres –Ángel y María -, amigos muy queridos. Nos recibieron con la música de “El sombrero de tres picos”.  Ángel la escuchaba con una atención casi religiosa. Al llegar al pasaje de la gran jota final, Ángel nos decía muy serio que aquello tenía mucho “caldo” y que nadie podía dirigir aquella obra como lo hacía el gran  Argenta. Nunca podremos olvidarlo. En otra ocasión, durante mi estancia por estudios en Boston, un matrimonio americano me invitó a cenar en su casa. Me recibieron con música de Albéniz. Un nudo en la garganta apenas me permitió agradecérselo en mi precario inglés. La música es el elemento más evocador de todos. Los recuerdos más intensos casi siempre tienen un fondo musical.

Os digo todo esto, con el entusiasmo de un converso, para estimularos a que no decrezca vuestro interés por la música. A los adictos ¿qué os voy a decir? Pero presumo que no todos prestamos a esta vertiente de la cultura la atención que merece. Desde la música popular a la hoy llamada música culta. Os recomiendo la asistencia  a algún concierto. Más allá de la belleza intrínseca de la obra interpretada,  es un espectáculo fascinante ver actuar a la orquesta. En la empresa, casi siempre hemos trabajado en equipo. ¡Qué difícil era ponernos de acuerdo! ¡Imposible concentrar de manera coordinada nuestros esfuerzos para la consecución de un objetivo común! Por eso, cada vez que asisto a un concierto, me maravilla el espectáculo de una orquesta sinfónica en plena actuación. Cerca de cien expertos que obedecen disciplinadamente al código gestual del director, cada uno con una  tarea distinta que sólo tiene sentido en función del resultado del conjunto. Y todo ello ejecutando un proyecto de alguien que, en la mayoría de las ocasiones hace decenas o centenares de años que murió. Por cierto, ¿os habéis parado a pensar que cualquiera de los que amamos la música clásica, gracias a los actuales medios técnicos,  habremos oído casi cualquier obra  de los grandes genios (poned aquí los nombres que queráis)  muchas más veces que ellos y, a veces,  en unos escenarios y en unas condiciones que no pudieron ni siquiera imaginar?

Bueno, hoy no os canso más con mis reflexiones. Han querido tener también algo de provocación. Pero. una vez más, ¡amad la música – cualquier clase de música -  y disfrutadla!